Ha llegado a casa bastante relajado. Al final, el incidente con los adolescentes del parque ha resultado ser muy edificante. De hecho, al marcharse y dejarles el parque para ellos, le han pedido de manera sincera que vuelva pronto y siga recitando esas palabras abstrusas e incomprensibles, pero extraordinariamente hipnóticas. La poesía simbolista sigue cautivando adolescentes, no importa el tiempo que pase.
Antes de subir a su pequeño piso en el 3º izquierda, mientras recogía la correspondencia del buzón, se le ha acercado un extraño personaje. Con evidentes signos de padecer algún déficit intelectual y con un aspecto desaliñado y sucio, le ha preguntado insistentemente por un vecino de su mismo rellano, el 3º. Esto le ha costado bastante descifrarlo, la verborrea confusa e inconexa del individuo era prácticamente ininteligible. Tan solo ha acertado a adivinar que quería comprar tabaco a Abelardo. Tabaco, ya.
Al llegar al descansillo del 3º, junto a la puerta de Abelardo, ha podido sentir el intenso olor a “tabaco” procedente del piso de su vecino. Ha entrado en casa y ha pasado el resto de la tarde leyendo y ordenando libros.
Después de comer ha intentado terminar un poema con el que lleva toda la semana peleando. Se ha quedado atascado en la última estrofa y no sabe cómo cerrarlo. Cuando ya estaba con las ideas a punto de ser vomitadas en la página en blanco, cuando tenía la metáfora perfecta en la punta de los dedos, el inoportuno vecino del 4º ha empezado su particular sinfonía de taladros y martillazos. Lo maldice con los más exquisitos dicterios y abandona el poema por enésima vez.
Al final, después de soportar un infernal concierto, ha dejado los libros para un momento más tranquilo. Nunca ha logrado entender el afán que pone el rebaño humano en huir del silencio. No saben estar callados, disfrutando de la serena paz del silencio. Huyen de él porque en el fondo temen escucharse a sí mismo y encontrarse con el profundo vacío que los habita. Por eso buscan ruido, algarabía y a otros individuos: tienen miedo a descubrir que no son nada, que en su interior mora el más profundo y auténtico de los silencios. El silencio de estar muerto en vida.
Estar casi en otoño y tener las tardes breves y acortando a pasos agigantados le lleva a un estado de plenitud vital. Decide pues volver a salir y disfrutar del ocaso espectacular que sólo esta época del año ofrece. Baja por la escalera, el ascensor jamás lo utiliza porque eso implica poder encontrarse con alguien. Y a él no le gusta la gente. Él ama la soledad. Sólo en los libros halla la compañía perfecta.
Cuando está a punto de salir a la calle le sale al paso la vecina del 1º derecha. Es de las típicas personas que sólo aparecen cuando necesitan o quieren algo. Le recuerda que esta semana le toca a él limpiar el zaguán de entrada al edificio. En realidad le está recordando que tiene que pagarle, es ella la que limpia en su lugar a cambio de un precio pactado. Vecinos que únicamente se acuerdan de los demás por interés. Sin embargo, se conocen al dedillo los horarios de entrada y salida de todos. Son centinelas de mirilla y portero automático.
En la calle empieza a refrescar y ya es casi de noche. Quiere dar un largo paseo y cansarse al máximo. Después cenará en cualquier bar tranquilo y solitario. Quizás escriba algo en sus cuadernos. Volverá a casa, al 3º izquierda, entrada la noche y leerá hasta la madrugada. Mañana será otro día.