Mi bebota y Alba

Crónicas mínimas

 

Alba, nada menos, se llama la sobrina del escritor Daniel Izquierdo. Dani, para los que lo conocemos, relató la impresión que le produjo la primera vez que tuvo en sus brazos a la niña.

Contaba que, en realidad, el bebé le estaba sujetando a él y sentía cómo lo elevaba sobre la ciudad, sobre los campos, sobre los ríos y le conducía por ese espacio interestelar donde solo los sueños tienen razón de ser.

Daniel tiene serias dificultades motoras debido a una enfermedad neurológica que le martiriza, y con ese pensamiento compuso una imagen con una profunda carga poética.

Abrazar a un niño siempre tiene esos efectos balsámicos que están en los confines de la emoción. Y si, al abrazarlo, apoya su cabecita en tu hombro: la Virgen de Lourdes.

Digo esto porque también a mí me ocurren emociones que no sabría explicar cuando abarco con mis brazos a Kala, Kalita, mi bebota de pocos meses. Luz renovada, el tacto de su carne, su respiración bulliciosa y la iluminación cuando sonríe. Porque Kalita es de sonrisa fácil, va regalando sonrisas sin condiciones a todos los que se le acercan. Una ONG de la alegría, podíamos decir.

Pero bebota no me hace volar tal como a Dani lo eleva Alba. Kala, paradójicamente, me adhiere a la tierra, como si los pies me pesaran toneladas. Porque es la tierra que se hace carne nueva y palabra renacida.

Aun así, por un momento, tengo celos de no sentir la ingravidez que percibe mi amigo. Me gustaría intercambiarme con Dani; él, en esta tierra que lo rechaza con una sinrazón que le tortura y yo, sobre los montes, sobre las casas, sobre este humo que nos mata. Pero caigo en la cuenta de que no tengo derecho y recuerdo una pintada que vi en un parking en Barcelona: «Si quieres mi plaza de aparcamiento, quédate con mi minusvalía».

Al salir de casa de mi bebota, noto que ya está aquí el verano con todas sus credenciales. Las amapolas del solar colindante están jubilosas y sobresalen sobre la hierba agostada, demostrando que también hay jerarquías en la belleza.

Entonces he recordado a Alfonsina Storni: «Anda, date a volar, hazte una abeja,/ En el jardín florecen amapolas, / Y el néctar fino colma las corolas; / Mañana el alma tuya estará vieja».

Sí, «En el jardín florecen amapolas», claro que sí, Dani, «date a volar». Otros permaneceremos a ras del suelo, pero lucharemos para que el alma no se haga vieja. Alba y Kala están ahí.