¿Distopía?

Desde el 3º izquierda

 

El invierno se resistía a ser el dueño de los titulares periodísticos. Este año transcurría sin que las heladas y las lluvias copiosas cambiaran el panorama que Julián y Antístenes veían cada día tras su ventana. Las personas pasaban confiadas, alegres, disfrutando de una temperatura inusual y con el sol dorando sus pieles. Los dos amigos seguían refugiados en su atalaya. Salían de su fortín únicamente para ejercitarse y abastecerse de víveres. Era su rutina habitual, sin importar la estación del año en que estuvieran. De todas formas, el invierno, con sus días fríos y las calles desiertas durante la noche, siempre era para ellos el mejor momento del año; esas semanas en las que el mundo era menos inhóspito y les dejaba disfrutar un poco más de su ansiada compañera, la soledad.

Esta mañana la avenida amanecía particularmente abarrotada de gente. Hombres, mujeres y niños, sin distinción de edad ni clase social, estaban recorriendo las aceras y la calzada que, extrañamente, estaba cortada al tráfico. No era una situación normal. Julián miró el calendario y no, no estaban todavía en el mes loco de las aglomeraciones y los petardos que tanto desquiciaban al pobre Antístenes. El almanaque señalaba un mes anodino, de transición hacia las semanas de locura que marcaban el ocaso invernal.

Pero eso no tocaba todavía. Ahora debería estar la calle con personas abrigadas y parapetadas bajo sus paraguas. Los brazos al descubierto eran un mal presagio, una señal que recordaba a los relatos distópicos. Antístenes, con su críptica mirada, esa misma que había conseguido que Julián se convirtiera en su compañero inseparable, parecía estar preocupado. Algo ocurría. Can y humano decidieron romper un poco su estricto cuadrante de actividades. Julián se puso la ropa de calle y Antístenes apareció con la correa en la boca. Iban a salir a investigar e intentar descubrir qué estaba pasando en la calle.

El barrio tenía un aspecto extraño. Era una zona en la que sus habitantes únicamente acudían a dormir después de sus actividades diarias; lo que se conoce como «ciudad dormitorio». Pero no era ese escenario el que se mostraba ante la mirada escrutadora de los dos amigos. En pocas ocasiones se había encontrado Julián la panadería con esa larguísima cola. ¿La gente se había vuelto loca? ¿Qué estaba aconteciendo? Decidieron pasar de largo; ya comprarían el pan más tarde. Irían a por la prensa, a lo mejor allí podrían enterarse de qué ocurría. Quizás en las cabeceras informativas estaría la respuesta y no «soplando en el viento…», como cantaba alguien hacía tiempo.

Julián ni protestó ni hizo comentario alguno al respecto de la inesperada subida del precio del periódico. Algo gordo se estaba cociendo si se incrementaba la carestía de la vida de forma tan abrupta. Por otro lado, Julián se encontró con la ferretería y la farmacia cerradas. No comprendía que había podido ocurrir sin que él, que siempre procuraba estar al tanto de todas las informaciones, se enterara.

Los ladridos de Antístenes le sacaron de su abstracción. El perro se detuvo delante de una churrería. La cola para adquirir churros y buñuelos era considerablemente larga. Eso no era normal. Churrerías atestadas y farmacias cerradas, ¿se avecinaba el fin del mundo y la sociedad quería terminar sus días con el estómago lleno de fritanga? Julián trató de serenarse, localizó una mesa vacía en el extremo de la terraza y la ocupó con Antístenes recostado a sus pies.

El camarero tardó bastante en tomar nota. Llegó con cara de estar bajo una pesada carga de estrés, circunspecto y con cierto aire de pesimismo en su mirada huidiza. Julián pensó que lo que tuviera que pasar pasaría de todas maneras, así que, mientras les traía la docena de churros para compartir y la taza de chocolate para Julián (los perros no pueden tomar chocolate), se dispuso a leer el periódico en busca de una respuesta a tantas incógnitas.

En primera plana aparecía únicamente que las temperaturas iban a seguir ascendiendo. Se superarían de nuevo las máximas y se llegaría a los 30 ºC. Todo normal, como llevaba semanas ocurriendo. No aparecía nada extraño en la información. Las personas seguían paseando como si fuera el último día antes de iniciar una cuarentena.

Julián cayó en la cuenta de manera súbita. Miró la cabecera del diario y al descubrir la fecha todo se iluminó y quedó aclarado. Era domingo, claro. Por eso la gente invadía las calles y saturaba bares y terrazas. Domingo de verano en pleno invierno. Julián se había desorientado y había creído estar en otro día de la semana.

No obstante, en el cielo se comenzaron a agolpar nubes negras que anunciaban una inminente tormenta que daría un vuelco a todo. Pero eso sería después y ya es otra historia.