Julián desistió hace tiempo de intentar comprender al resto de congéneres. Los acepta. Simplemente los acepta del mismo modo en que acepta que debe llover en invierno o hacer calor en verano. Interactuar en sociedad por simple supervivencia, ese es su modo de desenvolverse en el día a día. Para cuestiones afectivas, para el humano acto de ser parte del conjunto social, para eso ya no le queda esperanza. Demasiados desengaños, las suficientes decepciones como para haber decidido claudicar y pasar a su vida de anacoreta actual. Además, sin su compañera, sin aquella que fue el motor de sus días felices, nada valía ya la pena. Actualmente, con la compañía callada, fiel e incondicional, de Antístenes, tenía suficiente para soportar el peso de la vida y dejar que el tiempo que mediara hasta cruzar la última frontera pasara despacio.
El año había comenzado de la misma manera que los anteriores y posiblemente evolucionaría del mismo modo. Prefería esta vida tranquila y sin sobresaltos. Una existencia con el suficiente aislamiento para que el ruido del mundo exterior quedara reducido al mínimo. No obstante, Julián estaba al tanto de todo. Procuraba estar informado de cada uno de los cambios de su entorno. El nuevo gobierno que iniciaba su andadura no representaba ninguna expectativa de cambio para Julián. Pero no perdería detalle de las iniciativas parlamentarias y, sobre todo, de las zancadillas que la oposición iría colocando a lo largo del recorrido. En realidad, Julián vivía el mundo político como un entretenimiento, un espectáculo como cualquier otro.
Últimamente dormía mal. Se aproximaban fechas en las que se cumplían aniversarios dolorosos para él. Prefería que pasaran esas fechas cuanto antes. A pesar de todo, amaba el invierno. Le gustaba pasear por las calles mojadas por esa humedad tan característica de su ciudad. La sensación de sentir el frío traspasando su ropa y arañando su carne hasta quedarse ahí todo el día, era imprescindible. La necesitaba para sentirse vivo, para saber que mantenía el hálito suficiente para continuar y no acabar tirando la toalla. Aprovechando que se despertaba temprano, cada mañana estaba dando su paseo más pronto. Salía de casa cuando faltaban horas para el amanecer. Antístenes, sin que Julián le obligara a acompañarle, emprendía diariamente la caminata junto a su amigo.
Las lluvias torrenciales de la última borrasca habían dejado considerables huellas en todos los barrios. De vuelta a casa después del largo paseo, reconciliado durante unas horas con sus demonios, Julián sintió un pequeño chispazo de optimismo. Los escolares habían reanudado las clases tras tres días de haberse quedado en casa por el temporal. El viejo solitario sonrió en su interior al ver a los más pequeños entrando en el colegio entre risas y juegos. Julián consideraba a los niños la última esperanza. Siempre que haya niños se mantendrá una minúscula posibilidad de enderezar las torcidas raíces del futuro. Antístenes se detuvo unos instantes para jugar con dos mozalbetes que conocía de otras veces.
Mientras esperaba a que terminara su amigo, Julián observó el paisaje. Padres y madres conversaban vehementemente. Por lo visto, se iba a realizar en el colegio una charla informativa sobre temas de educación sexual. Julián se sintió ligeramente reconfortado. Recordó a Platón y el hincapié que hacía este en la importancia de la educación para formar buenos ciudadanos. Según el filósofo ateniense, una mala educación, una educación defectuosa o equívoca, o simplemente una nula educación, puede tener consecuencias nefastas para la sociedad. Según él, formar buenos ciudadanos, respetuosos con las leyes y con el resto de ciudadanos, es un deber inexcusable si se quiere mantener la prosperidad en la polis.
Lamentablemente, en estos tiempos de acceso desmesurado a contenidos de todo tipo que proporcionan las tecnologías, muchos niños y adolescentes se forman en temas de sexualidad a través de la pornografía. «¿Qué mejor manera de corregir esto que con una información veraz, natural y bien organizada?», pensó Julián al momento.
Sin embargo, la conversación del grupo de padres discrepaba con este pensamiento que para Julián era incontrovertible. No, los padres se estaban organizando para boicotear la iniciativa. «Nuestros hijos no tienen que recibir adoctrinamiento», era la consigna que repetían todos como un mantra.
Desconcertado, Julián llamó a Antístenes que acudió raudo a la llamada de su amigo. Juntos emprendieron el camino hacia casa. Allí, en ese oasis alejado del sonido de cacharrería de la sociedad irreparable de los adultos, Antístenes se dedicó a dormir y a soñar con lo que sueñan los perros. Julián, por su parte, buscó refugio en Platón y su imprescindible Fedro.