Reencuentro

Desde el 3º izquierda


Había salido el sol. O eso parecía. Después de dos semanas de una ligera e incesante lluvia, su tenue brillo anaranjado asomaba perezosamente entre las nubes. Sin embargo, hoy no iba a ser una de esas espectaculares y cálidas jornadas en las que la primavera mira al invierno tendido agonizante en la lona. No. Una tupida cortina de niebla de aspecto lechoso impedía ver con claridad más allá de diez metros. El invierno estaba presente y poderoso aún, con su caricia cortante azotando la cara de los madrugadores, corroyendo la osamenta de los incautos sin abrigo y pulverizando la avanzadilla blanca de la flor del almendro que, audaz e impaciente, estaría aflorando ya en algún lugar. El invierno seguía, dispuesto a quedarse y resistir hasta el final.

Julián, asomado a la ventana, observaba cómo se desvanecía lentamente el neblinoso manto de la mañana. Los faros de los vehículos, que empezaban a transitar ruidosos por la avenida, semejaban espectros con brillantes ojos surgiendo de un blanco vacío. Antístenes correteaba ansioso alrededor de su dueño. La hora que marcaba el reloj y la querencia del perro hacia la puerta, indicaron a Julián que había llegado el momento de salir al imprescindible paseo matutino. Después de pertrecharse con el equipamiento habitual, Julián meditó un instante. Lo pensó mejor y cogió las llaves del coche. Irían a visitar el local heredado tiempo atrás. Después de casi dos meses sin pasar por allí le apetecía pasar la mañana (o quizás el día entero) con la tarea de continuar catalogando la inagotable colección de libros que seguían allí, esperando su turno y deseando ser el siguiente hallazgo.

A pesar de la densidad del tránsito en los accesos al polígono no tardaron en llegar al destino. Al entrar en el local un intensó olor a humedad sorprendió a Julián. Y sobre todo a Antístenes que inició un frenético recorrido husmeando por todos los rincones. Pronto descubrieron el origen del mohoso aroma. Una parte del techo se había desprendido en una esquina a consecuencia de las lluvias y se había inundado parcialmente aquel hueco. Era un espacio que permanecía sin explorar. Estaba en el lugar más apartado de la estancia y Julián todavía no había curioseado por aquellas estanterías.  Aunque juzgando por la opacidad de estas, que eran diferentes a las otras, (en realidad eran armarios metálicos y con puertas cerradas a cal y canto) además de estar estratégicamente ocultas entre las demás, no era extraño el hecho de no haber reparado antes en ellas.

Después de retirar el exceso de agua que aún encharcaba el suelo de la zona y limpiar la superficie de los dos sólidos armarios metálicos, Julián intento abrirlos. No fue fácil. Tuvo que utilizar una palanca para forzar la cerradura. Una vez abiertos, el contenido resultó algo decepcionante. Estaban atestados de libros desconocidos, en ediciones rudimentarias y de calidad económica. Novelas, ensayos, biografías, poemarios, recopilaciones de aforismos, florilegios, libros artesanales con dibujos hechos a mano… Un extraño maremágnum con un único componente en común: eran ediciones personales de autores absolutamente inéditos. La «colección» abarcaba un rango de tiempo de más de cuatro décadas.

Cuando Julián se dio cuenta estaba cayendo ya la tarde. El crepúsculo dibujaba un inigualable arrebol en el horizonte. Julián había pasado el día sin tener noción de cómo transcurría el tiempo, absorto en aquellos extraños libros que, de no ser por peculiares colecciones como la que tenía ante sí, hubieran sido devorados por el más completo de los olvidos. Nadie los recordaría ya, ni siquiera sus autores.

Apenas quedaba iluminación natural en el local. Julián se ayudaba de una linterna desde hacía un buen rato. Se disponía a marcharse con la firme decisión de regresar al día siguiente y proseguir la exploración en esa inagotable fuente de libros ignotos, olvidados, quizá proscritos en su momento. Detrás de cada uno de ellos estaría la historia personal de su autor, con sus tristezas, alegrías y las motivaciones que le impulsaron a dar a la imprenta ese libro. Eso sí que había quedado sepultado en el olvido, pero en las palabras que permanecieron en el papel quedaron indelebles todas las claves. Se es, en parte, lo que se escribe.

Solo se llevó a casa uno de esos hallazgos. Estaba firmado por él mismo, por Julián, cuando tenía diecisiete años. Un libro en formato epistolar que publicó y al final destruyó casi en su totalidad. De eso hacía mucho tiempo, casi estaba olvidado ya. Ahora el tiempo se lo devolvía y Julián podría reencontrarse con aquel adolescente que un día fue.