La mañana tiene el gris como atuendo. Ha salido de su cueva en el 3º izquierda para visitar un rato la biblioteca pública. Tiene que intercambiar material de lectura. En su pequeña vivienda ya no tiene espacio para nuevas adquisiciones y el préstamo siempre es una buena opción para saciar su voracidad lectora.
Entra en un pequeño café para desayunar. Piensa estar hasta mediodía en la biblioteca y quiere tener energía suficiente para toda la mañana. La cafetería está casi vacía, tan solo el camarero y dos clientes solitarios, con apariencia de tener poca prisa, componen la exigua parroquia. Mientras desayuna ve a través de los ventanales a los jóvenes del otro día. Está tentado, durante un instante, de volver al parque, pero decide continuar con el plan establecido para hoy.
Al salir a la calle siente la caricia de la lluvia de octubre en su piel. Le gusta la lluvia y esa certidumbre de que al fin el verano ha huido. Se dirige a paso lento, sin cubrirse demasiado, hacia la biblioteca. Cuando lleva un centenar de metros recorridos se apercibe de que le están siguiendo. Se detiene y, al girarse, observa a un perro enflaquecido y mojado que, detenido a escasos pasos, lo mira con ojos de complicidad.
Quiere continuar su camino y el can le sigue a distancia. Cada vez que nuestro hombre se para, también se para el perro. Parece que ambos hayan decidido ser adoradores impertérritos de la lluvia. Los dos están completamente empapados y a ninguno parece importarle. El hombrecillo al menos va protegido por un fino cortavientos. El pelaje del perro acumula varios litros de agua, otorgando a su escuálida anatomía un peso del que carece. Al llegar a la biblioteca el can se detiene a poca distancia, se acurruca y se dispone a esperar. El hombre entra en el edificio y pasa el resto de la mañana allí.
Cuando sale ya ha escampado. El perro sigue allí y se incorpora suavemente al verlo. En el camino hacia casa caminan juntos, como compañeros inseparables. Al llegar al portal, a punto de acceder ya al 3º izquierda, el amigo de cuatro patas espera su turno de entrada al que ya sabe su nuevo hogar. El hombre mira a su nuevo amigo. Sabe que nunca va a fallarle, que a partir de ahora compartirán juntos su universo de silencios.