El invierno estaba resultando ser de lo más atípico. No había llovido apenas, tan solo unas pocas heladas de escasa intensidad en días sueltos y tres jornadas de niebla rápida, de la que se disgrega sin dejar que se disfrute de ella. Por lo demás, estaba resultando ser lo más parecido a una primavera anticipada. Deprimente. No podía haber sido más deprimente para Julián, tan aficionado él a dejar que el húmedo frío costero del Mediterráneo se apoderara de sus huesos en sus paseos al amanecer.
Para Julián era el mayor de los placeres ver romper el alba sobre el oleaje de un mar invernal, azotado por el viento de levante; el más libre de los vientos. Hasta al viento le estaban robando la espontaneidad estos malditos tiempos de ruido dictado. La ventana por la que Julián se asomaba al mundo solo mostraba en este momento a seres corriendo apresurados hacia unos trabajos anodinos, en los que el ruido orquestado era la norma imperante. Todo el mundo trasmitía ruido, pero nadie comunicaba nada. El silencio parece aterrorizar a todos, se sienten solos si no escuchan atronar sonidos que no dicen nada y no permiten disfrutar de la armonía de la orquesta de la ciudad. El silencio, el auténtico silencio, los instantes en los que los humanos permanecen sin pronunciar palabras. El mundo sería un lugar mejor si se enseñara en los colegios a escucharnos a nosotros mismos, a disfrutar del silencio y a aprender más del lenguaje de las miradas.
Antístenes, mucho más pragmático que Julián, llevaba un buen rato husmeando en círculos por el estudio. Siempre encontraba algún papel despistado de algunos de los innumerables legajos que abarrotaban el universo de trabajo de Julián. Un orden desordenado en el que todo era fácil de encontrar para él, pero que se convertía en un laberinto insondable para un profano que quisiera buscar algún libro, o cualquiera de los miles de folios manuscritos con la minúscula y apretada letra de Julián. Al final Antístenes seleccionó una buena presa y se la llevó a su escondite personal, trotando con su estilo característico.
Se trataba de un programa de teatro, «Solitudes». La obra que Julián fue a ver a la sala municipal cercana a su casa. La representación fue hace unos diez días y todavía continuaba reflexionando sobre ella. Había facilitado inspiración a Julián para una veintena de poemas que permanecían en la última de las libretas en las que se amontonaban sus escritos. La obra, una de esas piezas de teatro moderno y creativo, estaba compuesta sin diálogos. El silencio, las miradas, los gestos, las actitudes de los personajes, tejían una hermosa historia sobre la comunicación entre las personas. Muchas veces solo escuchamos nuestro propio ruido y creemos que esto es lo que dota de sentido al mundo. Obviamos aquello que los demás pueden aportar y huimos del silencio. Obviamos el silencio, pese a que en él puede estar la solución a todo. Queremos que los demás vivan con nuestro ruido, cuando quizá lo necesario es vivir en el silencio de los demás. Un silencio construido entre todos que nos permita entendernos y comunicarnos al fin.
(Continuará…)