Hoy es domingo; ergo mañana será lunes.
«Mañana» Pedro empezará a trabajar (tras veinte años haciéndolo en otra anterior) en una nueva empresa.
«Mañana» Eva y Lucas embarcarán hacia Perú para pasar allí su luna de miel. Nunca han salido de Oviedo.
«Mañana» Fernando entrará en un quirófano para perder el istmo que mancha su vesícula; Laia (aún no lo sabe pero ya lo sospecha) «mañana» será madre por primera vez.
«Mañana» Maruan acabará su curso escolar de natación y obtendrá un delfín blanco y también un diploma.
«Mañana» Luis hablará con Estela para aclarar si el roce fue solo carbón o también fue diamante.
«Mañana» un nieto o tal vez una nieta irá a darle un beso a su abuelo durmiente, el abuelo que hoy es luz manantial y lo hallará frío, en posición fetal con su vaso en el suelo y el silencio en la frente. Y gritará.
«Mañana» Carla recogerá un premio literario y Mauro conducirá un auto con intención de aprobar.
«Mañana» una jueza llamará a los testigos y uno se orinará encima al pensar que «mañana» (como el IVA, el metro, la vejez y el tranvía) llegará.
«Mañana» será Lunes porque hoy es domingo y un señor muy chic entrará en prisión (durante casi seis años) por no sé qué sombra de oro balear.
La palabra «mañana» puede ser promesa y también un delirio; un labio de espuma o un fusil de azafrán.
Simplemente lunes y a la vez un abismo.
La palabra «mañana» es realidad pura y a la par ficcional; siempre un adverbio: el anclaje entre la amnesia y el verbo en el sintagma homicida del azar.