Todavía resonaba a lo lejos el griterío de los últimos en dejar la fiesta. La noche se había convertido en una inacabable cabalgata de voces, carreras y cánticos futbolísticos. Julián ya sabía que, terminara la final de Copa con el resultado que fuera, esa noche iba a ser movida. No hay acontecimiento con mayor poder de convocatoria de masas. El fútbol, tanto en las victorias como en las derrotas, es capaz de sacar la euforia o la ira de las personas más inesperadas y timoratas.
El pobre Antístenes permanecía escondido debajo de su cama. Tenía las orejas encogidas y su característico valor se había evaporado ante los primeros estruendos de los petardos. La masa, en su ilimitado gregarismo, acaba convertida en rebaño y, al igual que las ovejas balan cuando oyen balar a la vecina, celebra cualquier evento imitando al grupo. Tracas, cohetes y demás elementos explosivos siempre perturban de forma cruel el sistema nervioso de Antístenes. Pero para el rebaño humano, por lo visto, es una actividad que reafirma su pertenencia al clan como miembros importantes.
Entre los edificios se filtraban innumerables rayos de sol de la mañana primaveral que se avecinaba. Los pájaros, con su cántico agradable y acorde a lo natural, ennoblecían al fin los sonidos de la ciudad. Por un breve espacio de tiempo, antes de que el tránsito rodado rugiera por la avenida, comenzaba a respirarse paz. La belleza necesita pocos ingredientes para estar presente.
Julián revisaba la prensa escrita de los últimos días. Recortes en servicios públicos, listas de espera hospitalaria cada vez más largas, los sueldos medios en permanente descenso, crímenes machistas en ascenso y nuevos casos de corrupción política. Toda una retahíla de noticias capaces de encender la sangre del más tranquilo y pacífico ciudadano. Sin embargo, no aparecía información sobre masas enfurecidas movilizándose ante tanta injusticia.
Encendió el televisor que le recordó que hoy era «domingo electoral». Ayer fue el «día del oxímoron», término que le gustaba utilizar a Julián para designar la jornada de reflexión. Pedir a la masa que reflexione es pedir peras al olmo, pensaba el habitante del tercero izquierda. Julián no necesitaba reflexionar porque lo tenía claro desde siempre.
Antístenes estaba ya más tranquilo y decidieron bajar a aprovechar el día de sol que acariciaba la ciudad. Había que disfrutar de los escasos momentos de paz que dejan las calles prácticamente vacías. Pasearían hasta cansarse, tomarían un buen aperitivo y volverían a casa a pasar la tarde leyendo, viendo cine o dormitando. Buen plan para un domingo peculiar.
Las calles habían cobrado vida en los últimos tiempos. Una paulatina peatonalización las hacía más humanas y libres. Ahora era posible disfrutar de la ciudad, de sus jardines, de sus edificios y de la luz que lo convertía todo en un lienzo de Sorolla, sin preocuparse tanto de los vehículos. A Julián y a Antístenes les gustaba este nuevo cuadro urbano sin tanto humo. Lo gris de los balcones privativos y la prepotencia se iba difuminando. Quedaba mucho trayecto para llegar a la ciudad perfecta, pero parecía que la senda estaba iniciada.