Iluminación

Tecnologías de los perdidos

 

Tras un año enfermo, en cama, el nueve de diciembre, a don Roberto le llegó el momento de morir. A las ocho de la tarde, dos horas después de fallecer, el viejo volvió a la vida y solicitó ver a su vecino de enfrente. «Es urgente», dijo con ansiedad y voz débil.

Al instante el vecino se personó en la habitación del resucitado quien, con un gesto, le indicó que se sentara a su cabecera. Se miraron fijamente.

—He tenido que regresar para pedirle un favor.
—Usted dirá.
—Es a razón de sus luces de Navidad.
—Han sido muchos meses de esfuerzo —. Sonrió.
—Ya.
—Pero ha valido la pena —. Apenas pudo contener su orgullo —. ¡Cien mil bombillas más que el año pasado! En total: 502.164. Es decir, cincuenta kilómetros de luces LED. Nos da la vida.
—Atraen a los muertos.

El vecino frunció el entrecejo.

—¿Qué muertos?
—Precisamente.

Don Roberto pidió agua. El vecino cogió el vaso de la mesita. Con la mano sujetó la nuca del viejo mientras bebía.

—Cuando morí fui hacia la luz al final del túnel y allí me encontré en su domicilio. No se imagina el número de difuntos que había en su salón.
—¿En mi casa? —preguntó abriendo mucho los ojos.
—Tal cantidad de luz se les hace irresistible. Estaban todos: su hermano, su primo Alfonso, mi tía Susi… en fin, ya le digo… y mi madre. ¿Se acuerda usted de ella?
—Una santa. ¿Cómo está?
—Bien, bien, gracias. Entonces vi a Piedad.
—¡Su mujer no es bienvenida! —negó con la cabeza —. Nunca lo ha sido. ¿No debería estar en el infierno?

Don Roberto asintió.

—El caso es que ella también me vio y en el preciso instante que venía hacia mí, a saber con qué malas intenciones, una horda de alienígenas verdes con ojos rojos descendió sobre nuestras cabezas.
—¿Extraterrestres?
—Se filtraron por el techo. Sus luces, don Lucas, se ven desde Marte, Júpiter y Saturno.
—¡Vaya!
—Y comenzaron las abducciones. Se la llevaron.
—¿Está usted seguro?
—Y menos mal.
—Me deja sin palabras. ¿Para qué iban a querer secuestrar a su esposa?
—Créame que no lo sé. Lo que sé es que ya no está entre nosotros y puedo volver a irme en paz.

Don Roberto alargó su brazo hacia la muñeca de don Lucas. La rodeó con la mano.

—Me queda poco tiempo. Por favor, le pido que apague algunas luces.

El vecino recogió la mano del viejo entre las suyas. Luego se le acercó al oído y le susurró:

—¿Cree usted que podrá aguantar hasta el día de Reyes?

 


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