—No creo que pueda, Alex. No estoy preparada para el nuevo puesto. No voy a ser capaz.
—Sí que puedes. Es el síndrome del impostor. Siempre piensas que eres un fraude y no mereces lo bueno que tienes.
—A ti no te pasa —le digo.
—Ven aquí. —Sonríe. Se levanta. Abre sus brazos y me envuelve en ellos.
Cuando los sensores de mi piel sintética humana registran un incremento de 2,1 °C, mi corazón acelera su ritmo a 130 latidos por minuto. Mi presión arterial disminuye a 120-80. Quiero que Alex me abrace más de 10 segundos. Pero no lo hace.