La falta de sueño estaba llevando a la mujer a la locura. No podía pensar ni trabajar ni conducir. Vivía nerviosísima, con ansiedad continua.
—Padezco de insomnio. ¿Podría recetarme algo? —le preguntó al farmacéutico.
El farmacéutico se alarmó al ver las ojeras moradas de la mujer, grandes como puñetazos.
—Le podemos preparar enseguida un remedio, en botica, totalmente personalizado.
—No sabe lo que eso significa para mí. Gracias.
—Para eso estamos —repuso el farmacéutico —. ¿Cuánto hace que no duerme?
—Cinco meses.
—Entonces tiene que elegir cinco.
—¿Cinco qué?
—Efectos secundarios. El número depende de la gravedad del diagnóstico y el suyo es serio. Tendría que haber venido antes —dijo girando la pantalla del ordenador hacia ella.
—Esto es nuevo.
—Efectivamente.
—¿Y si no elijo ninguno?
—No va así el negocio. Dígame, por favor, ¿qué va a ser?
La mujer fijó los ojos vidriosos en la pantalla.
—Elija orgasmos espontáneos. Va muy bien —dijo la señora que acaba de colocarse tras ella en la fila.
—Es de los raros —observó el farmacéutico —. Solo afecta a uno de cada mil pacientes.
La mujer insomne seleccionó orgasmos espontáneos.
—Este de aquí también es poco frecuente —añadió el farmacéutico.
—¿Cuál? ¿Problemas de fertilidad?
—Sí, eso dicen, pero a mí me tocó el gordo —declaró la joven embarazada que se alineaba en la cola.
La mujer insomne lo seleccionó y siguió leyendo en voz alta.
—Flatulencias, diarrea sanguinolenta, espasmos musculares, falta de apetito…
—¡Ese! ¡Ese! —dijo la señora tras ella —. ¡Es una bendición!
La mujer insomne lo seleccionó.
—Solo le quedan dos —apremió el farmacéutico, que veía que se le formaba cola —¿cuáles va a escoger?, ¿pensamientos de suicidio?, ¿sudoración anormal?, ¿temblores epilépticos?, ¿muerte prematura?, ¿urticaria rabiosa?, ¿episodios maniacos?, ¿glaucoma agudo?
—Si me permite —intervino el anciano que entraba y se unía a la fila —le recomiendo ampliamente erecciones de larga duración.