Viernes

Crónica de los días que pasan

 

Silencio en las ciudades. Los viernes ya no existen en el calendario. Al menos no como sinónimo de música y bacanal callejera. Han cerrado las puertas al paraíso para adolescentes y personas maduras que desean bailar al ritmo ilusionado del asueto. Ya nada será igual a lo que conocimos como amables días de vino y rosas. Extrañeza de vivir por debajo de las metas futuras.

Lloras, y, en la calma nocturna de las ciudades, se escucha tu llanto que podría ser cualquier llanto, el llanto sonoro deslizándose por debajo de las puertas de otro ser vivo.

Cantas, y, al cantar, emites una queja sorda, gutural, como si el sentido de  las palabras se hubiese diluido en estancias sin techo, colándose por las grietas del sueño de los vecinos del duodécimo piso con vistas panorámicas al mar, que despliega su brillo entre montes altísimos e inalcanzables.

Te estremeces y por fin hablas de los rostros en calma que aún divisas a través de la niebla. La realidad puede utilizar maquillaje señalando lo estéril al abrigo de las piedras.

Toque de queda. Toque de prisa. Toque que habla de ambiguos  riesgos. Sin disfrute posible del viento de las noches de invierno.

 


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