Antístenes y la caza

Desde el 3º izquierda

 

En el periódico informan de que hoy se conmemora la Fiesta Nacional. Se celebrará con desfiles militares, algunas misas y un par de discursos institucionales. Todos los años ocurre lo mismo: rutina, costumbre y tradición. Al habitante del 3º izquierda y a su nuevo compañero no les interesan en absoluto todas estas parafernalias seudopatróticas. Llevan tres días conviviendo y están completamente compenetrados. El hecho de que Antístenes, así ha bautizado a su nuevo amigo cánido en honor al fundador de la escuela de filosofía cínica, no hable está resultando de gran ayuda para asentar la civilizada vida en común. Ambos se han adaptado a la perfección y son el complemento ideal del otro.

En un esquina inferior del periódico hay una información que molesta sobremanera al hombre. Hoy da comienzo la temporada de caza. Eso implica no poder pasear por las zonas de montaña que suele frecuentar los días festivos, ya que éstas estarán invadidas por esos seres repugnantes y sádicos que son los cazadores. Además tendrá que soportar las nauseabundas conversaciones y las vestimentas paramilitares horteras cuando tome café en el bar de costumbre. La caza y los cazadores son un verdadero despropósito y una ordinariez provinciana. Antístenes asiente con un par de ladridos de conformidad.

De todas formas deciden festejar el día paseando por la montaña, en caso de encontrarse con hordas de escopeteros ya verán lo que hacen. En el bar de siempre se empieza a ver ropa de camuflaje. Se han quedado en la calle, sentado a una mesa uno y junto a él el otro,  porque al compañero de cuatro patas no le han dejado entrar. Los gritos chulescos y las fanfarronerías de los cazadores empiezan a alterar el estado de ánimo de cánido y hombre. Cuando se marchan, Antístenes decide vaciar los intestinos junto al enorme vehículo de unos de los cazadores. El maletero está abierto, se puede ver el macabro brillo de uno de los cañones de las escopetas. El vecino del 3º izquierda mira un momento a Antístenes y al cañón mientras recoge los excrementos. El can ladra: alea iacta est.

Dos horas después, en pleno monte, los cazadores comienzan su ritual de muerte. Están todos agrupados, juntos esperan a que la primera de sus víctimas pase cerca. Se aproxima un incauto conejo. El propietario de la escopeta que hace un rato vieron nuestros amigos tiene el dudoso honor de inaugurar la temporada de este año. Se acerca la culata al hombro. Coloca en posición el cañón y apunta. El dedo está sobre el gatillo, tenso y expectante.

Suena el disparo y los excrementos de Antístenes, que están llenado el cañón desde que estaban en el bar, decoran con sutil puntillismo las caras de los cazadores.