Parar tiene consecuencias

Tecnologías de los perdidos


En la mesa de la cocina, el niño de seis años apretaba con los pulgares una y otra vez las teclas de la tableta. La madre preparaba la cena.

—Vamos a comer en unos minutos —dijo ella.

El niño continuó jugando.

—¡Jaime, guarda el iPad!

Los ojos del niño seguían pegados a la pantalla.

—¡Jaime! —insistió la madre.

No se movía.

—¡Hay macarroneeeees con quesooooo! —lo tentó con voz cantarina.

Hizo oídos sordos.

—¡Y croquetaaaaas de la abuelaaaaaa!

Ni se inmutó.

—Y galletas de chocolate que ha hecho mamá. Y helado de menta. Tu favorito.

No se registró alteración alguna en el infante.

—¡Haz el favor de parar eso ahora mismo! —gritó la madre enardecida.

—Si paro me matan —contestó Jaime imperturbable. Con los dientes se mordía la lengua.

—¡Si no te portas bien te voy a cambiar por otro niño!—amenazó la mujer cogiendo su móvil.     

Lo puso sobre la mesa, apuntó con el índice a la pantalla y añadió:

—Le doy al Next y tan contenta. A ver…, a ver…, el siguiente niño que aparece aquí. Pero ¡qué guapo! De pelito castaño y ojos azul cielo, como papá. ¡Ay, si se llama Alejandro!

—¡No, mamá, al Next no, al Next no! Me porto bien. Ya verás. Prometido —dijo Jaime sin parar el juego.

—¡Apágalo ya! ¡Es la última vez que te lo digo!

Jaime no se conmovió.

Entonces la madre le dio a «Acepto».

—Alejandro, ¿quieres galletas de chocolate?


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