La soledad a través del cristal

¡Hale, hale, que es gerundio!

 

Hace tiempo que me fui y nunca hasta estos días había echado tanto de menos a mi gente y a su vez nunca me había sentido tan cerca de ella. Porque las horas, cuando están tan llenas de minutos, dan para pensar y para enviarles mensajes absurdos que en el fondo sólo pretenden decir «yo sigo aquí, ¿sigues tú ahí?»

Hablar de soledad ahora, en este contexto que a nadie nos gusta pero que desgraciadamente es el que hay, resulta más complejo que nunca. Si bien es cierto que en nuestra reclusión hemos dejado de estar expuestos al contacto masivo como lo estábamos hasta aquel viernes (hace ya una eternidad), hemos grafiteado la soledad con mensajes en las redes, algo que nos aísla cuando no estamos recluidos.

Tras decretarse la alarma nacional se redujo notablemente el envío de mensajes alarmistas y aumentó el de humor para aliviar a las personas que también se encontraban atrapadas en su casa sin saber muy bien qué hacer. Es como si a partir de ese día, el coronavirus hubiera abandonado el lugar que ocupaba en la sinrazón para instalarse en la emoción.

Y así, para evitar que la tensión por el confinamiento se hiciera insostenible, se crearon situaciones excepcionales: gente compartiendo a través de las redes sus rutinas en soledad, su música, su voz, su humor, ofreciendo su ayuda a los vecinos más vulnerables y dando todo el agradecimiento que cabe en el aplauso de un país entero. Reacciones tan espontáneas que me erizan la piel. Nada me emociona más que la emoción.

¿Cuántos gestos amables se necesitan para no sentirse solo? La vida, aunque sea a través del cristal de una ventana o de una pantalla de ordenador, me sigue pareciendo un espectáculo alucinante por el cual bien merece la pena hacer una cola de quince días, aunque caigan chuzos de punta. Por eso me empeño en creer que tiene que haber un final feliz preparado para cuando todo termine.

Cuando era pequeña creía que si remaba con todas mis fuerzas hasta llegar al horizonte podría tocar el cielo. Y lo curioso, pienso ahora, es que un día dejé de creer en ese sueño y no recuerdo cuando fue. ¿Cuántas cosas hacemos sin saber que será la última vez que las vamos a hacer? Hace tiempo que me fui… y ahora tengo la sensación de que siempre me he estado yendo, pero no fui consciente de ello porque siempre supe que podría volver.

 


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