Juan Pastrana, paleontólogo y mártir

Vidas ejemplares

 

Juan Pastrana Inhofer fue el último descendiente de una familia antaño riquísima, emparentada con la alta nobleza y que, en tiempos pretéritos, se codeó con la realeza de países varios. A su abuelo se le retrató en más de una ocasión en la corte austrohúngara y, según la leyenda familiar, bailó un vals en Viena con la emperatriz. Sin embargo, cuando nació Juan, tanto la hacienda como el prestigio habían mermado mucho, y los Pastrana ya solo disponían de una mansión ruinosa en Castro Urdiales, un pisito en Chamberí y una colección atropellada de deudas, amén de un chalé cochambroso en Vallvidrera que solo era habitable en parte de la planta baja. Allí se instaló Juan a mediados del siglo, con sus libros y un guacamayo que recitaba versos sueltos de la Divina Comedia.

Coincidiendo con la llegada del rey Amadeo, Juan adquirió una mansión siniestra en las afueras del municipio de San Ferriol d’Entremont. Según parece, con este fin empeñó los restos de las posesiones familiares, los pagarés e incluso el guacamayo prodigioso. La relación del último de los Pastrana con el pueblecito catalán fue tan breve como trágica, si se puede creer lo que se cuenta.

Se dice que Juan se instaló allí en compañía de un criado hirsuto que afirmaba ser croata, aunque todo el pueblo convino en que era un catalán huraño de Ripoll. Juan se volcó en el estudio de los archivos parroquiales, obsesionado por las antiguas genealogías locales. Remontándose a los tiempos paganos, escribió la obra inédita El antiguo lugar de Entremontes. Ritos, mitos y leyendas. Juan estaba convencido de que el pueblo se levantó sobre una ciudadela celtíbera, ejemplo único de una cultura ancestral conocedora de secretos aborrecibles. Afirmó tener pruebas irrefutables de ello, aunque nunca mostró ninguna. Sufragó excavaciones en una loma cercana y al lado del cementerio, a la búsqueda de unas ruinas que jamás aparecieron. Halló, sin embargo, pequeños objetos votivos de piedra o de metal de gran antigüedad, y de aspecto blasfemo.

Don Pedro Matabosch, párroco de San Ferriol, consiguió paralizar las investigaciones de Pastrana, ya que le parecían contrarias a la moral y al decoro. Para suavizar las tensiones con el reverendo, Juan le obsequió con la estatuilla de una virgen primitiva y rechoncha que había encontrado en una zanja. Don Pedro, agradecido, le permitió retomar las excavaciones. El cura acomodó a la virgen regalada en la capilla lateral de la iglesia. La llamó la Virgen del Santo Perdón. El escándalo llegó poco después, cuando Mosén Jacinto Verdaguer acudió al pueblo por las fiestas patronales. Mosén Jacinto no tardó ni un minuto en desvelar qué diablos era la falsa virgen: nada menos que el pene erecto de un sátiro romano esculpido en antracita, negrísima, amputado del resto de la escultura. Otros científicos corroboraron la tesis de Verdaguer, como Puig i Cadafalch, que lo dejó escrito: los piececitos redondeados de la virgen impostora de San Ferriol son los huevos paganos de un obsceno Príapo.

Las noticias que relatan el desenlace de esta historia son turbias. Aunque Jacinto Verdaguer afirma en el oscuro libelo titulado En defensa pròpia que el desastre final aconteció cuando él ya no se encontraba en el lugar de San Ferriol, otras fuentes sitúan allí a Verdaguer, al frente de la turbamulta que asaltó la mansión de Juan Pastrana, agitando a la masa violenta. El talante iracundo del párroco poeta es de sobra conocido, aunque también lo son sus episodios depresivos: un médico actual le recomendaría someterse a una revisión desacomplejada, pero eso no nos atañe.

La noche de autos, un grupo de vecinos enfurecidos, provistos de antorchas y entonando cánticos variados, los unos religiosos y los otros patrióticos, rodearon la mansión y le prendieron fuego por los cuatro costados. Tal como se puede leer en la crónica de un periodista forastero, publicada en El Sentido del Deber, a medianoche se escuchó el grito desgarrado de Juan Pastrana, que se arrojó en brazos de la muerte desde lo alto de un torreón. Su criado, catalán ladino y falso croata, les franqueó la puerta a los exaltados a cambio de unas pocas monedas. El cadáver del último de los Pastrana no fue hallado, lo cual dio pie a las leyendas locales que tratan de vampirismo, licantropía y nigromancia.

Jamás nadie ha osado excavar en los aledaños del pueblo y siempre se ha validado la tesis que soslaya la de Juan Pastrana para afirmar que el fundador y primer habitante humano de San Ferriol fue un noble godo ampurdanés, sobrino del conde Estruch, hombre de inquebrantable fe cristiana y ejemplo de conducta piadosa.