La noche de los muertos 

¡Hale, hale, que es gerundio!


El comportamiento de mi madre no suele ser muy normal pero cuando esa anormalidad se excede me preocupa. Y mucho. 

—Me voy a La Caixa. No tardaré 

—Pero mamá, es el quinto día seguido que vas, ¿pasa algo? ¿me estás ocultando algo  importante? 

—Cosas mías. ¿Me meto yo en tus cosas? ¿Te he dicho algo alguna vez de esas  tonterías tan cursis que escribes en tu diario? No, ¿verdad? Pues eso. 

Me quedé preocupadísimo, lo confieso. La imaginé enferma, muy enferma…terminal. El  mundo se me cayó encima. Pobrecita, sufriendo en silencio para no preocuparme sin  darse cuenta de que precisamente esa deferencia suya tan inusual era lo que más me  estaba preocupando. Nunca imaginé su final así: discreto y silencioso. 

Entonces lo vi claro ¡está poniendo las cuentas a mi nombre! Ella es así, le gusta  organizarlo todo y dejar las cosas bien atadas porque no se fía de mí, lo noto, cree que  no me entero de nada, pero mira cómo la he calado al vuelo. ¡Ay! ¿Qué será de mí sin  ella? 

Aquella tarde empecé mi epístola. No quería que se fuera de este mundo sin saber todo  lo que ha significado para mí y tampoco me atrevía a decírselo verbalmente porque  cuando alguna vez lo he intentado me ha dado un capón diciéndome: “¡Deja de decir  chorradas, atontao, que pareces tu padre!” 

Escribí una carta sincera, emotiva, bonita. Me sentí orgulloso y hasta tenía ganas de que  la leyera. La dejé en un sobre apoyada en un cofre que tiene sobre su mesilla para que la  viera al acostarse. Era la noche de los muertos así que al poco de dejar mi carta unos  niños llamaron a la puerta en busca de caramelos. 

—¡Truco o trato! 

—Lo siento, nunca celebramos Halloween, nos parece muy americano y…

—¡Quita, coño! —dijo mi madre abriéndose paso con el cofre en una mano y mi carta en la otra. 

—¡DIOS MÍO! —grité asustado cuando lo abrió. Los niños al verme salieron aterrados corriendo y gritando. ¡Eran caramelos de La Caixa! ¡Esos viajes cada mañana durante la  última semana sólo habían sido una recolecta! ¡No se estaba muriendo! ¡Y tenía mi carta! 

—“Madrecita del alma querida…” —empezó a leer con el ceño fruncido—. Pero esto ¿qué es? 

—Es que yo pensaba… 

—¡Jesús, María y José… a ver si me lleváis pronto!



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