Es curiosa la normalidad con la que habitualmente nos enfrentamos a la vida, a nuestra vida, con el convencimiento de que hoy es igual que ayer y la errónea sensación de que no será muy distinto de mañana. Sin embargo, en ese devenir de los días, los cambios se van fraguando como gotas de agua colocadas de una en una en el interior de un vaso. Hasta llegar al límite. Hasta sobrepasarlo y hacer tambalearse nuestra falsa estabilidad.
Una analítica. Una pequeña porción de la sangre que habita en nosotros nos abandona para formar parte de la colección de tubos de ensayo que desde hace un par de meses se acumulan en todos los laboratorios del mundo. No parece diferente a la de las otras personas, ni diferente a la de nuestras otras analíticas. Sangre, al fin y al cabo. Sólo un código la hace única, el que la identifica como nuestra.
Allí dejamos esa parte de nuestra historia aún sin narrar, como un náufrago deja a la deriva su mensaje en una botella esperando una respuesta. La nuestra llegará en forma de números que hablarán de nuestro interior, de ese que no vemos pero que calladamente se pone en comunicación con nosotros a través de una mancha en la piel, de un dolor inusual, de cansancio excesivo, de fiebre, de tos…
Números que nos envían un mensaje encriptado y que el pasar de los años nos convierte en expertos de su interpretación, dictando nuevos hábitos y señalando con el dedo los que hemos de dejar. Como en el mundo militar, los que van acompañados de un galardón son los que mandan. Números altos, bajos, capaces de cambiar nuestro estado de ánimo. Números llenos de significado y vacíos de empatía.
Números que asustan, que alivian, que esperas, que desesperan. Números benditos, ¡malditos números! que nos recuerdan que a lo largo de nuestra vida olvidamos complementar nuestras certezas con ciertas dudas que nos sirvieran de acicate para mejorar. Números ante los que aflora nuestra mejor cara y se escapa nuestra peor parte. Números que ponen en riesgo a toda una sociedad que se inmuniza o infecta de forma difícilmente predecible.
Números ubicados en el alma, que nos quitan la máscara y nos hacen ver cómo el héroe y el villano habitan, en demasiadas ocasiones, el mismo cuerpo. Son sólo eso. Son todo eso. Nuestra vida puede cambiar por un número que se quedó corto o se pasó de largo. Un número que quizá ya sabíamos que encontraríamos cuando lanzamos la botella al mar. Una analítica, un breve espacio de tiempo, un diagnóstico. Un número que la vida nos enseñó a descifrar, pero nadie a entender.