Ficciones y «popcorn»

Licuados

 

Cuando era niña, mi padre —en ocasiones— me invitaba a ir al cine con él. En aquella época era habitual la doble sesión en las salas de barrio. Aquello sí que eran verdaderas tardes cinéfilas. Entrábamos apenas pasadas las cuatro y cuando salíamos ya se había puesto el sol.

Recuerdo cuánto me impactó —apenas contaba yo con siete años— ver mi primer largometraje de estreno en la gran pantalla. “Un verano para matar” se titulaba el thriller (dirigido por el madrileño Antonio Isasi Isasmendi y protagonizado por un entonces guapo y jovencísimo Chris Mitchum) que se iniciaba con un cruento asesinato presenciado por un niño. Aquella película se quedó tan grabada en mi pueril memoria que aún hoy puedo visualizar nítidamente algunas de sus escenas, como la de la persecución que sucede en la Plaza de las Ventas de Madrid, musicalizada por Sergio Bardotti y Luis Bacalov, cuya partitura, por cierto, fue rescatada por Quintin Tarantino para su Kill Bill (Vol. 2).

Lo que me cuestiono, más allá de la desatinada ocurrencia de mi difunto padre por llevarme a ver una película tan inapropiada para mi edad, es cómo se las ingenió para que me dejaran entrar. Supongo que como en aquellos tiempos lo habitual era que siempre hubiera la misma persona en la diminuta taquilla —también el mismo único acomodador—, dicha circunstancia ayudaba a que se acabara estableciendo una cierta complicidad entre los empleados del cine y los asiduos clientes. Tal vez por eso, a menudo, hicieran la vista gorda.

Pensar en la posibilidad de establecer un tipo de relación similar hoy día es pura ficción. Ahora, en los denominados multicines —que es el modelo que impera— para las seis, siete, ocho o más personas que simultáneamente, además de vender entradas, sirven coca cola, fanta de naranja o de limón, nachos con guacamole y hot dogs adornados con virutas de cebolla caramelizada, sería harto difícil retener en su memoria uno solo de los centenares de rostros con los que cruzan miradas frente al mostrador. Rostros que, en muchos casos, una vez conseguidos sus enormes cubiletes repletos de palomitas, centran toda su atención en el acto de engullirlas al ritmo de la melodía que, también el año del estreno del thriller de Isasi, popularizó el grupo musical Hot Butter, bajo el nombre del explosionado cereal.


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