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Licuados

 

Me causa cierta sorpresa observar la necesidad que tienen algunas personas de anunciar constantemente en sus muros que van a dejar de interactuar en la red. Imagino que si son tan reiterativas debe de ser porque no encuentran el momento propicio para desconectarse. Me recuerdan a esos amores adolescentes, en ocasiones no tan jóvenes, que amenazaban con que se iban para siempre y a los pocos días reaparecían como si nada hubieran dicho. Me pregunto qué emoción debe de invadir el espacio que media entre la intención y la acción.

Freud escribió un interesante artículo al respecto en el que afirmaba que los propósitos se pueden postergar, incluso no llegar a ejecutar jamás, pero nunca se olvidan. Tal vez ahí esté la respuesta. Pero no es el momento, ni el lugar adecuado, para adentrarnos en sus teorías.

Es cierto que romper redes no es tarea fácil. Vivimos atrapados en muchas de ellas. Nuestra mente es el mejor ejemplo. Como afirma Chantal Maillard —no es la única filósofa que apunta hacia ese lugar—, con los pensamientos (hilos) vamos tejiendo una cromática red de emociones y creencias (husos) que acaban configurando una falsa identidad. Como esa otra que, a menudo, aparece en nuestros muros.

Pero, claro, caminar sin red es arriesgarse a caer en el vacío y no todos somos trapecistas valientes.


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