El trabajo os hará libres

Relatos bochornosos

 

Aviso del autor: lo que a continuación van a leer es una ficción. Cualquier parecido con la realidad es pura y simple coincidencia.

 

Supongo que muchos de ustedes trabajan en una oficina, así que lo que van a leer a continuación puede que les resulte familiar, especialmente por lo que allí sucede: una especie de prolongación del colegio; pero, con traje, una remuneración (no se rían, por favor) y la madurez que desprenden todos los seres que pasan recluidos allá dentro cuarenta horas a la semana, que si las sumas, con el paso de los años, llegan a ser más o menos tres cuartas partes de una vida.

El caso es que no hay nada como la rutina diaria: jugar a la Liga Fantástica de Marca en el móvil, en lugar de concentrarte en ese informe del que no has pasado página desde hace varios días; intercambiar opiniones en el Messenger corporativo sobre las tetas de la bajita morena que se sienta al final de la planta, en vez de rellenar anodinas tablas de Excel; pasarte del tiempo marcado para desayunar, el cual empleas en poner a caldo a los compañeros y compañeras de la mesa de enfrente, los cuales, a su vez, también emplean ese tiempo en ponerte a caldo a ti y a los que te acompañan.

Seguro que muchos de ustedes tienen en su oficina motes u apodos para denominar a sus queridos compañeros y compañeras: el Orejas (por estar a punto de salir volando), la Willow (por su corta estatura), la Nazi (por sus opiniones “liberales” sobre inmigración), el Cuñao (porque “sabe” de todo y “opina” de todo), el Friky (porque habla de libros y eso es muy raro), el Mofetas (porque no se ducha y seguro que vota a Podemos), la Braseritos (porque siempre tiene frío), la Muerte (la jefa de RR.HH.) o la Hija puta (porque pone a caldo a todo el mundo).

Pero si hay algo que resume la vida en una oficina, eso es el mundo de la reunión, motor central del sistema productivo actual. Generalmente siempre hay unos temas que tratar, de los que se informa previamente por correo electrónico. Al llegar al segundo punto del día, la conversación se desvía un poco:

– Dicen que la Poligonera ha adelgazado un montón porque lo ha dejado con el novio, que además la maltrataba.

– Yo ayer vi por la calle juntos al Orejas y a la Hija puta. Me resultó extraño hasta que esta mañana ella me ha contado que la tiene pequeña.

– Yo no soporto más el olor que hay en la oficina por culpa del Mofetas.

– Dice que no es culpa suya, que tiene las glándulas sudoríparas un poco agitadas.

– Al que habría que agitarle la cabeza es a él, seguro que además es podemita.

Y a lo tonto a lo tonto, pues se pasa la mañana. La mayoría de los temas no tratados se quedan para después de comer. Pero después de comer la jefa se marcha corriendo porque  le han avisado de que el niño ha cogido paperas, así que ya tratamos los demás puntos mañana, paperas mediante.

Pero si hay algo de lo que me siento verdaderamente orgulloso, es de la unidad que tenemos ante la adversidad, sobre todo cuando hay que alzar el puño porque pisotean nuestros derechos. Lo mejor es el modo transparente en que fluye la información: ¿sabes que van a recortar las horas de visitas médicas?; ¿y tú sabes que, además, también nos van a quitar los desayunos?; pues yo he oído que, además de las visitas médicas y los desayunos, este año no tenemos vacaciones; pues lo último que sé, según me ha dicho alguien cercano a la Muerte (la jefa de RR.HH.), es que vamos a pagar por venir a trabajar.

Gracias a esta información contrastada, diseñamos un plan de acción para dar una respuesta a la empresa:

– ¿Y si mandamos un escrito a la dirección? Eso sí, que sea educado y respetuoso, pero tajante y poniendo los puntos sobre las íes.

– Déjate de buenas maneras, que ya está bien, que juegan con el pan de nuestros hijos…

– Pero si tú eres soltero y vives con tu madre.

– Bueno, con el pan de tus hijos, quería decir…

– Que no, que no, solicitamos una reunión y lo decimos todo a la cara, que se van a enterar estos cabrones de lo que vale un peine.

– Oyes, si os vais a poner violentos, conmigo no contéis, que tengo una hipoteca que pagar. Además, tampoco es para tanto, sólo nos van a recortar las visitas médicas, los desayunos, las vacaciones y tampoco hay que pagar tanto por venir a trabajar, que os quejáis por .

– ¡Pero si contigo no se puede contar para nada!

– Oye, guapo, a mí no me hables en ese tono.

– ¡Te hablo como me sale de los cojones, tarada!

– ¡Eres un grosero y que sepas que todos estamos hartos de ti!

– Sí, claro, habló la portavoz del pueblo.

– ¡Sinvergüenza!

– Bueno, haya paz, volviendo al escrito…

– Déjate tú y tus escritos, idiota.

– Oye, que yo a ti no te he faltado al respeto.

– ¡Anda y que te follen, gilipollas!

– ¡Te voy a partir la cara, bastardo!

En resumen, no hay nada como el trabajo en una oficina, si no existiera, algún cabrón debería inventarlo.