El pollo de las doce

¡Hale, hale, que es gerundio!

 

Cuando vine a vivir aquí, me instalé a las afueras dela ciudad y cada vez que me acercaba al centro, al llegar a la plaza Pío XII, de forma inconsciente, leía el nombre de una carnicería pequeña situada justo allí: «Pollito Pío». Esto sucedió durante los cuatro años que viví en aquella casa, cuatro años de publicidad subliminal que creí, erróneamente, que no había hecho efecto en mí.

Tras ese periodo me fui a vivir al centro. La casa era antigua pero con un encanto especial. Como antigua que era, tenía algunos defectos: ventanas viejas, mirilla por la que podías asomar la cabeza, un pantocrátor en la puerta y (aquí llega lo grave) no tenía horno. Esto no lo llevé bien, lo admito.

Pero el problema parecía tener solución. Escuché decir a una señora que en la carnicería «El Corte del Inglés» (regentada por un inglés, obviamente) te daban los pollos asados y con patatas. Me quedé de muestra, como un perro de caza escuchando aquella revelación. En cuanto llegué a casa busqué el teléfono por internet: «Teléfono carnicería «Pollito Pío»». ¡Qué momento tan ilusionante! 

Respondió un señor seco con un «¡a ver!».

–¿Hola? –pregunté temeroso–. ¿Es la carnicería “Pollito Pío”?

–Sí –respondió sin más.

–Mi nombre es Manolo –Esperé absurdamente un saludo y proseguí– : me gustaría encargar un pollo para las 12.

–Pues muy bien, a las doce vienes a por tu pollo –. Y colgó.

Permanecí dos segundos con el teléfono en la oreja esperando a que me llegara el eco de la despedida, pero, al no llegar, decidí colgar yo también. A las doce en punto me encaminé a la carnicería del inglés.

—Hola, soy Manolo —dije ufano—, he encargado un pollo para las 12.

—Pues no estás apuntado —dijo dubitativo mientras ojeaba su cuaderno de encargos—. Qué raro… ¿Seguro que nos has encargado el pollo aquí?

—Esta carnicería es “Pollito Pío”, ¿no?

—No. Esto es “El Corte del Inglés” —. Y en ese preciso instante noté su acento.

—Ah, vale, perdón… Me he confundido entonces.

Salí avergonzado del establecimiento y me dirigí a la carnicería “Pollito Pío”, la que subliminalmente había incrustado su nombre en mi mente durante cuatro años.

—Hola, había encargado un pollo…

Antes de terminar la frase, el carnicero me interrumpió sonriendo y me dijo:

—Manolo, ¿verdad?

—Sí, en efecto —. Qué contento me puse. Me sentí importante.

Entonces metió la mano en el mostrador de la carne y cogió un pollo de esos que se encuentran allí expuestos y, en cuclillas, lo plantó en un papel de carnicería y me dijo:

—El pollo de las 12. Si lo quieres “asao” y con patatas, aquí no lo hacemos. Eso, en el inglés.

 


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