El largo camino hacia la sabiduría

Extravagancias

El Maestro me dijo que acumulara mi esperma, pues ahí residía mi potencia creadora. Y yo, obediente, dejé de acostarme con mi novia.

El Maestro me dijo que ignorara las palabras de los demás, pues solo en mi interior hallaría la luz de la verdad. Y yo, obediente, me encerré en mí mismo.

El Maestro me dijo que me desprendiera de todas mis posesiones, pues si mi espíritu no volaba, no era por falta de plumas, sino por exceso de equipaje. Y yo, obediente, le transferí todos mis bienes.

Potente, iluminado y ligero como un pajarito, me convertí en el nuevo y único Maestro, pues el anterior, mi queridísimo Maestro, colgó los hábitos inmediatamente para volver al lodazal del mundo. Aunque, dicho sea de paso, aquello tenía poco de lodazal y mucho de balneario (el tío vive a cuerpo de rey a costa de los que habían sido mis ahorros junto a mi antigua novia, que tampoco es tuerta).

A menudo me pregunto si esto último también formaba parte de mi entrenamiento, pero se trata de un misterio que, a pesar de mis poderes sobrenaturales, no he podido resolver. Por un lado, porque nuestro canal telepático ya no funciona tan bien como antes (ya se sabe, la corrupción de la carne provoca interferencias). Y por el otro, porque, debido a un lamentable malentendido, una orden judicial me impide acercármele a menos de cien metros para poder preguntárselo directamente.

Además, tampoco es que un tema me obsesione. Ahora que soy el Maestro estoy tan ocupado salvando almas descarriadas o visitando feligreses (preferiblemente a la hora de comer) que apenas me queda tiempo, antes de acostarme, para dedicarle mis mejores plegarias.

De todas mis obligaciones de líder espiritual, la única que me está costando es la búsqueda de un discípulo al que pueda transmitirle mis conocimientos. Evidentemente, aspirantes ha habido muchos. Pero, por uno u otro motivo, ninguno se ajustaba al perfil idóneo, que, resumiéndolo mucho, sería el siguiente: alguien obediente, por supuesto, y con ganas de aprender, faltaría más. Pero, sobre todo, alguien muy, pero que muy inocente y con mucha, muchísima pasta (que no os dé vergüenza; ¡cuanta más, mejor!). Todos los interesados podéis mandarme vuestras solicitudes por correo o dejarlas directamente en el buzón del templo, adjuntando, por favor, una fotocopia de vuestros saldos bancarios, paquetes accionariales y bienes raíces (los bonos de deuda soberana no se considerarán a menos que sean bonos alemanes).

Y aquí me despido. Sed buenos y conservad el aura de colorines. ¡Emú-Ajá-Ji-Jo! (yo tampoco sé qué demonios significa, pero hay que ver lo relajado que te quedas cuando sueltas una memez y la gente asiente como si se tratara de algo importante).


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