El flujo seminal

Isla Naufragio

 

Testimonio didáctico

 

“El flujo seminal lo obligaba, lo impulsaba a recorrer largas distancias, a buscar por todas partes”. Esta cita de James Salter explica por sí sola una parte muy importante de los movimientos de la historia en todas sus vertientes, política, social y económica. Movimientos agresivos, agitados, erráticos que han acompañado a la humanidad a lo largo de los siglos.

Desde nuestra asociación de historiadores, y en aras de conseguir una segura armonía, nos preguntamos lo siguiente: ¿se puede canalizar este flujo de forma adecuada?, ¿se puede administrar con rectitud? y, en última instancia, ¿se puede suprimir? Ya sabemos que este flujo es necesario para la reproducción de la especie, pero también sabemos que eso se puede conseguir con otros medios menos lesivos para la humanidad.

Analicemos la cuestión, ¿cómo se pone en marcha el flujo seminal?, ¿por qué y en qué circunstancias aflora? El hombre, estimulado sexualmente por el pensamiento, la vista o las obras, segrega una especie de líquido con consistencia de babilla que, si insiste en ello, dará lugar a la eyaculación del semen propiamente dicho.

Por término medio en cada eyaculación se expulsan 250 millones de espermatozoides, 250 millones de pequeños organismos que pugnan por salir de su receptáculo natural, 250 millones que impulsan de forma convulsa al hombre común obligándole a tomar decisiones que en muchos casos lamentará.

¿Cuántos crímenes se han cometido por su causa? Ni se sabe. ¿Cuántas guerras han empezado por su culpa? Incontables. Envidias, engaños, celos, resquemores, agresiones, todos tienen en su fondo el flujo nervioso que no cesa? ¿Qué podemos hacer como historiadores? constatar y lamentar. “Lo último que envejece en una mujer son los hombros”. ¿A qué viene esto?

La babilla preseminal que hemos mencionado antes tiene varias funciones necesarias, entre otras modificar la acidez del nuevo entorno que ha de acoger a los espermatozoides, ya que en un medio ácido no se mueven con soltura y agrado; pero, de verdad, ¿hacía falta tanta complejidad para conseguir que nos reproduzcamos?, ¿hacía falta que esa complejidad vaya acompañada de la inquietud y el desasosiego que siempre desembocan en enfrentamiento y violencia?

Apuran el cáliz e incomprensiblemente piden más. Así vemos a los hombres de toda condición, sin otro pensamiento, sin otra idea conocida que no sea la expulsión descontrolada, en medio de gemidos y jadeos, del flujo seminal que los descontrola a todas horas.

Benditos aquellos a los que el flujo no ahoga y atosiga, benditos los que saben resistir naturalmente sin necesidad de frustraciones y cilicios, benditos los que se levantan cada día y contemplan la vida libre de toda atadura innecesaria. Benditos sean.

Juan Sallent, Asociación para la armonía de la historia