El ejército de la ciudad con nombre

Isla Naufragio

 

Testimonio

 

La ciudad tiene un gran enemigo que la amenaza cada día sin descanso, sin tregua, sin momento de paz. Ese enemigo incansable es la basura. Miles de toneladas de desperdicios de todo tipo invaden la ciudad desde sus mismas entrañas, desperdicios que las cloacas, albañales y sumideros se ven impotentes de hacer desaparecer convenientemente. Por eso, quienes mandan en mi ciudad y otras de similar condición han tenido que organizar un ejército que nos libere de semejante pesadilla.

Me imagino un gran puesto de mando en el que los generales de esta singular tropa manejan y disponen de todos los efectivos y de todos los medios a su alcance para ir eliminando sin pausa los desechos que la ciudad genera. Estos desechos son tan variados y de tal magnitud que la ciudad, confiando en sus probos ciudadanos ha dispuesto cada menos de cien metros contenedores capaces de acoger en su seno todo tipo de material, reciclable o no. Y así hay contenedores para el vidrio, el papel, envases, materia orgánica y basura general de todo tipo. Y los probos ciudadanos depositan voluntariamente (si es necesario se les pone una multa) en estos contenedores los residuos que ellos mismos rechazan por inservibles, apestosos o por falta de espacio en sus hogares.

Este ejército dispuesto e incansable está compuesto por el Batallón de la Noche, enormes camiones que a una hora determinada en sus férreos planes de lucha, (generalmente a la hora en que muchos ciudadanos tratan de conciliar el sueño), (como queriendo indicarles que mientras ellos se van a dormir otros trabajan por su culpa), recorren y recorren la cuadrícula del Ensanche y las otras calles de los pueblos agregados en la anexión, y van engullendo en sus enormes panzas el contenido maloliente, el vómito regurgitado que la ciudad rechaza.

Estos camiones están conducidos por hábiles oficiales (al menos serán tenientes), expertos en guerra de guerrillas, que consiguen, ¡ellos solos!, sin ayuda de soldados auxiliares, coger el pesado contenedor (semillero de ignotas enfermedades), con ayuda de unos curiosos ganchos que salen de su camión y merced a un ingenioso mecanismo hacer desaparecer su contenido en el mismo camión y a continuación desplazarse al próximo contenedor que ya se ve allí muy cerca.

Los generales en el puesto de mando controlan sus fuerzas desplegadas y revisan satisfechos en grandes planos luminosos de la ciudad cómo los miles de puntos de color rojo peligro van mutando al verde esperanza cuando el contenido nocivo va siendo eliminado.

Poco a poco se va haciendo de día y los generales incansables dan la orden de salida a la Brigada Móvil, vehículos con tres soldados en el interior y provistos con chaleco verde fosforito, que vuelven a patrullar la ciudad recogiendo aquello que por desidia o mala fe de ciudadanos poco concienciados quedó fuera de los contenedores ya citados.

A la par que el nuevo día y la Brigada Móvil avanza y se despliega, también hacen lo propio los barrenderos de a pie, comandos unipersonales que tan solo pertrechados de un humilde vehículo de tracción animal, o sea ellos, y una escoba y un capazo, van limpiando calles, vaciando papeleras, ejecutando los trabajos de limpieza que su sentido común en el ejercicio de su profesión y su contrato les ordenan. También operan estos uniformados detrás de manifestaciones, eventos o cabalgatas de Els Tres Tombs o de la Guardia Urbana, a las que aquí nos tienen tan acostumbrados, retirando con presteza los residuos orgánicos de animales de cuatro patas no acostumbrados a la continencia fisiológica.

No contenta con tamaños efectivos, la ciudad también dispone una vez a la semana, hábilmente distribuidos por barrios, de camiones para retirada de puertas viejas, muebles en desuso, baños, juguetes, estufas y todo tipo de artefactos. Que la ciudad parece que está en permanente obra de renovación y cambio. Y también, según el día y la zona, aparecerán soldados rasos provistos de altas botas y gruesas mangueras empujando con agua limpia de microbios los restos que sin duda han ensuciado el negro asfalto. Y este enorme trabajo se desarrolla en todas las condiciones posibles, con lluvia, viento o nieve. Laborables, domingos y fiestas de guardar.

El ejército que aquí describo pertenece a mi ciudad, la ciudad de Barcelona, ciudad grande para el país al que pertenece pero no tan grande como otras más grandes en el que la amenaza de la basura maloliente será más grande todavía. Y a pesar de este esfuerzo ingente, los ciudadanos no están contentos con los resultados obtenidos, aún ven la ciudad sucia, sin darse cuenta de que esa suciedad lleva su marca indeleble, la de ellos, su adn con su nombre y apellidos.

Fernando Galcerán, centinela en alerta