Testimonio
Esto le decía un mozo de escuadra en la entrada del Palau de la Generalitat a una señora que le enseñaba una fotografía tamaño carnet. Y no se lo decía enfadado. Se lo decía con cierta confianza porque probablemente ya se conocían.
Un mozo de escuadra es un policía y la policía está muy acostumbrada a ver fotos tamaño carnet en las que individuos de todo sexo y condición ponen esa expresión anodina y ambigua. Sonríen pero no sonríen. Están a la expectativa. No saben quién podrá revisar su carnet y no quieren pasarse de listos.
Yo me acerqué al mozo, para ver si podía ver la fotografía, y le pregunté si podía hablar con el presidente de la Generalitat. Me preguntó si tenía cita previa, y al yo decirle que no, me dijo, pues eso, que no. Y como mientras hablaba iba moviendo la mano tampoco pude ver la foto con la que me iba diciendo que no.
Ser policía es algo serio. Un policía tiene el poder de interpelar, detener, interrogar y matar a alguien. E igualmente tiene el poder de no hacerlo y así perdonarnos la vida. En una ocasión, al salir de la universidad, que en ese momento estaba custodiada por la policía, sin darme cuenta hice un giro inesperado y mi chaqueta se quedó enganchada en el fusil ametrallador del policía armado. El policía no se inmutó, yo tampoco dije nada, el silencio es inocente, si me llega a decir ¡leches! me hubiera dado un susto de categoría.
No todos los policías son así, tan templados. Algunos se han fabricado una cara audaz y un lenguaje en consonancia. Aman la violencia sin darse cuenta de la imposibilidad de la unión de esos términos. Príncipes del infierno saben controlar su ternura que administran cuidadosamente entre violencia y violencia. Y miran tu foto de carnet y tú piensas ¡ay, ay!
Sebastián Canovelles, estudiante de periodismo