No nos morimos, nos asesinan

Semana de difuntos

Testimonio

El día en que te mueres no es el primero de tu muerte. Tú no lo sabías pero habías empezado a morirte mucho antes. El tiempo no es neutral y siempre actúa en tu contra acercándote al fin previsto. Pero dejemos lo obvio y vamos a centrarnos en lo que yo creo esencial: no nos morimos, nos asesinan.

No sé cómo explicarlo y no espero que tú lo entiendas porque yo tampoco lo tengo claro, pero sí sé que no nos morimos de muerte natural. Morimos asesinados. De forma lenta y progresiva. Asesinados.

Sabemos que el estado natural de las cosas es que vayan mal, y que el mundo de la evolución no tiene piedad. Por lo tanto, teniendo tantos elementos en nuestra contra ¿hacía falta asesinarnos? Un asesinato consiste en matar a una persona, a ti, a él, a todos. Y no es homicidio, es asesinato.

Es asesinato cuando existe alevosía (a traición, sin poder defendernos) o ensañamiento (cada día el sufrimiento es mayor) o concurrencia de precio (esto último no puedo afirmarlo, porque ¿quién gana con nuestra muerte?). Eso es asesinato, acabar con la vida de seres humanos de una manera vil.

“Miente, mata y muere”, dice el lema de los infames. Cuando el mundo fue creado, en su origen, el nombre que le puso Dios fue Razón y Sabiduría, pero a partir del primer animal vivo ya se vio que no podría ser así. Porque vida implica sufrimiento y agonía. Y matar o que te maten.

Paseando por Mission Street, en San Francisco, oí: “Mira, ahí hay agua, y debajo del agua hay lodo.” Así, en español. Y no me lo decía a mí. Y quien lo decía señalaba a su ciudad, para mí desconocida.

“Olía a basura y a ubre rancia de marrana”, dijo también Taylor Caldwell, y así huelen y apestan nuestro mundo, nuestras ciudades, nuestras vidas de tanto infame que existe y tanto asesinato que se comete cada día.

Francisco Santiveri, forense