P´habernos matao

¡Hale, hale, que es gerundio!


Aquella mañana, y sin que ningún vecino hubiera notado nada extraño (como declararon después en el noticiario local), un encapuchado se personó en la sucursal bancaria de debajo de casa de Manolo y sacando un arma de juguete entregó a la empleada una bolsa de supermercado pidiéndole que metiera en ella todo el dinero.

La empleada, a la vez que obedecía pudo accionar el botón de alarma así que la Guardia Civil no tardó en personarse en dicha oficina.

—¿Habéis dado a la alarma? —preguntó el sargento mientras entraba por la puerta y hallaba en su interior a la madre de Manolo con una bolsa de la compra y a la empleada, ambas perplejas ante semejante pregunta. Las dos negaron con la cabeza y señalaron con la mirada al despacho del director, donde se había atrincherado el atracador al ver llegar a la benemérita.

—Bueno, pues habrá sido un error —dijo dándose la vuelta y dispuesto a abandonar la sucursal, pero sin llegar a hacerlo ya que justo en ese momento, el atracador salió del interior del despacho con los brazos en alto, depositó en el suelo la bolsa con el dinero y se entregó a un sorprendido sargento.

A pesar de lo fácil que había resultado su primer atraco, en los cinco minutos que permaneció escondido en el despacho se había orinado encima. El sargento, al verle, desenfundó su arma y pidió refuerzos al cuartel, así como una ambulancia por si durante el operativo de rescate se producían heridos.

Una vez esposado el peligroso individuo, la madre de Manolo preguntó:

—¿Se ha terminado ya el atraco? Es que tengo mucha prisa

—Sí, señora —respondió el sargento con tono solemne—. He procedido a inmovilizar a lo que viene siendo un sujeto potencialmente peligroso. Está usted a salvo, no tema.

—¿Temer yo? Yo no temo a nada ni a nadie, que lo sepa usted. A mí sí que me deberían temer si me hacen enfadar —respondió con su genio habitual.

La madre de Manolo agarró la bolsa de las compras y desapareció. Pero a los pocos minutos volvió a entrar en escena dejando sobre el mostrador y de muy malas formas la bolsa que se había llevado.

—Si antes digo que tengo prisa… me habéis plantado esta bolsa delante y en lugar de mi compra me he ido a casa con el botín y casi se queda mi Manolo sin su costilla de cerdo de los viernes. A mí ya no me da la vida para tanto inútil, ¿quién ha sido el que ha dejado esta bolsa donde yo tenía la mía? —preguntó mirando al cielo y golpeándose el pecho con ambos puños ante la mirada aterrada del sargento y del atracador.


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