Testimonio
Mi confianza en el ser humano, en ti por ejemplo, no existe. De los siete mil y pico millones de seres humanos que existen sólo confío en dos o tres, y aun así, de forma limitada. Y estos dos o tres pertenecen a mi familia más directa. Confío más en el atávico sentimiento de la sangre, embutido en nuestro cerebro por la educación y la costumbre, que en la libre designación basada en la razón.
¿Qué ha de tener un ser humano para poder vivir con seguridad material? Bienes y dinero. ¿A quién le confiarías tu casa y tu cuenta corriente? Cuidado, no te precipites. Una quiebra financiera te deja con el culo al aire y en esa situación se pasa mucho frío y es muy irritante y molesto. Cien euros en tu cartera no son nada pero si tienes que pedirlos prestados verás que es una tarea imposible y desagradable.
Los objetos y las cosas no sangran cuando son tuyos, porque los objetos no tienen sangre, pero te hacen sangrar cuando los pierdes porque tú sí que tienes sangre y es muy fácil que pueda traspasar los límites de tu cuerpo. Aunque no lo sepas, tu existencia depende de lo material, de lo que te acoge, de lo que te da forma y te conforma y te permite vivir con dignidad.
Pero el ser humano por sí solo es débil y menesteroso y necesita confiar en los demás para sobrevivir. ¿Cómo lo hace? ¿Cómo puede vivir confiando en lo inconfiable? Arriesgándose en el campo de minas que es la existencia. Minas que te explotan en las narices y que nunca puedes adivinar dónde están enterradas. Un buen amigo, un hijo, un amor mil veces consumado puede estallar haciendo de tu vida algo que jamás habías esperado.
No esperes nada de mí salvo la educación y las buenas maneras. La hipocresía. La grasa necesaria para que las relaciones no chirríen más de la cuenta. En ti no confío. Ni en ti, ni en ti, ni en ti.
Gabriel Sanchís, con razón receloso