Una niña pasa con su madre que empuja un cochecito de bebé, lleva un acordeón de juguete y toca dos notas repetidas como si anunciara la llegada de algún espectáculo. Resulta alegre en su simplicidad y la niña salta al ritmo de esa melodía primitiva. Demasiada juventud, demasiada niñez como para que no resulte doloroso a mi edad. Antes de que esa niña se separe de su madre, se independice, yo habré muerto.
Pienso sobre el tiempo y la manera en que lo pasamos, en cómo lo sentimos. El control del tiempo. El sentimiento de pérdida de tantos años en los que me limité a quemar los días. A vivir en una autodestrucción inconsciente, en una rebeldía suicida. Ahora vivo en un período de permanencia en el que trato de fijar las fechas. Pequeños acontecimientos llenan mi agenda. Visitas a médicos (lo que ocupa hoy el cuarenta por ciento de la agenda), repasar el saldo de la cuenta y recibos pendientes (siempre hay recibos pendientes), recordatorios semanales de dejar el alcohol y el tabaco, hacer ejercicio y apuntarme a clases de yoga, cosa que ya he hecho en lo que el Ayuntamiento llama Universidad Popular y que no son más que centros municipales de tercera edad.
También debo intentar mantener relaciones sociales, generalmente virtuales. A los 68 ya no te quedan amigos o no quieres verlos. Cuando veo esos grupos de cuarenta, hombres y mujeres que parecen tan seguros y se les cae la sonrisa en cuanto se quedan solos, veo que nada cambia y todos nos deslizamos por el mismo tobogán en los mismos tiempos. Tratar de frenar con dinero, sexo, drogas —incluidos los fármacos— algún tipo de actividad que se considere arte… Al final lo único que te calma es la contemplación de la naturaleza. Los bosques, las montañas, el mar. Su indiferencia absoluta hacia ti y su trascendencia.
He llegado hasta aquí por mis propios actos y me pregunto si esto es lo que quería. Quizás sí. He descubierto que no soy tan valiente como para llevarme bien con la soledad y mucho menos empático de lo que creía. Una mala combinación si le añades la falta de voluntad para hacer las cosas que me convienen. Algún tipo de mujer se siente atraída por esta condición y produzco cierta ternura. Es un error, soy egoísta, orgulloso y celoso, eso no lo he perdido. Las mujeres son un accidente en la vida, como la familia o los amigos. Solo que el sexo crea unos vínculos difíciles de controlar que no ayudan en la convivencia y así las relaciones acaban pronto. O se convierten en un teatro y se aceptan los papeles.
Escribir ayuda. Letras y puntos como pequeñas filas de hormigas trabajando para que te sientas mejor. Acabar editando un librito de cuentos cortos, mínimos, y seguir con el tercer capítulo de una novela que nunca acabaré, es mi salida moral. Creer en mi capacidad para comunicar algo que pueda conmover. Compartir sentimientos con gente que si me conociera en persona no me aguantaría ni dos días. Pero no tengo por qué conoceros, ¿verdad? Si un día coincidimos seré una persona encantadora. No mucho más, quizás esos dos días. En el fondo soy como vosotros. Todos nos equivocamos alguna vez. Yo lo he hecho siempre, jugando toda la vida con una moneda de dos cruces.
El título, Siberia. Me siento un poco como en un gulag al que me he desterrado yo mismo. Siento un frío glacial en los huesos y ya es hora de volver al territorio que conozco, encontrar una manera de vivir que no me parezca estúpida, inverosímil o me haga sufrir. Si no andas con cuidado la decepción se convierte en parte de tu carácter. Ahora me siento mejor.