Esta mañana me tropecé con las tetas más grandes que he visto en mi vida. El propietario era un señor de unos cincuenta años. Siempre he sido muy malo calculando la edad de la gente. Resultó ser un chaval de treinta. Quince cada una. Kilos. Pensé para mis adentros. Un buen tipo.
Tras el encontronazo, blando y turgente, el rebote y el hostión contra el suelo, me invitó a un café. Acepté entre azorado y agradecido por su preocupación por mi entumecido estado. Dolorido, divertido y un poco ido.
Como soy curioso y descarado, le pregunté por sus… naturalezas.
—Mido uno noventa, peso cien kilos.
70 + 30, sumé, de cabeza.
— Gasto un 45, de pie, una talla 42 de pantalón y, como ves, 197 de contorno de pecho.
Veo. Volví a pensar.
—Al principio era más grande la derecha y poco a poco se igualaron. Incluso durante un tiempo tuve la sensación de que la izquierda era mayor. Pero seguramente me equivocaba. Sería un efecto óptico tras años de asimetría.
— Claro…—Esta vez hablé.
—Después vino el problema. Me aficioné al bamboleo, al baile acrobático. Llegué a trabajar de danzarín exótico en un tugurio del extrarradio. Imagínate.
— Me imagino. —Dije. Y pensé lo que me dio la gana.
—Así empezó la expansión inflacionaria, como yo la llamo.
Aquí mi mente divagó por los entresijos de la teoría de Alan Guth y la flexibilidad de los espacios intergalácticos.
—El médico me dijo que es un problema de retención de liquidez.
—Será de líquidos…
—Sí, también yo intenté corregir al doctor, pero él insistió: «Liquidez». Y afirmó que los cuerpos grasos se reafirmaban con autodeterminación propiciando el flujo migratorio celular que desplazaba la masa de la incipiente barriga, pura malta, un palmo y medio hacia arriba. Flotación meiótica, dice que se llama.
—¡Alucinante! —Exclamé admirado mientras mi cerebro jugaba con gigantescos balones en la orilla del mar…
—Me puso un tratamiento a base de cremas oleosas y masajes.
Prometo que ninguna idea afloró en mi pensamiento, ninguna.
— … Y parece que ha funcionado. Ahora noto periódicamente presiones y depresiones alternativas. Me sale algún grano o sarpullido que desaparece enseguida, reabsorbido por la masa. Pero nada grave.
—¿No has pensado en operarte?
—Claro que sí. Tengo cita en febrero, por fin, ya sabes, las listas de espera…
—¡Qué me vas a contar! ¿Te las quitarás del todo o dejarás algo?, no sé, como entretenimiento, o por la costumbre…
—No, no, no. Me voy a aumentar el culo.
Quedeime sen falar.