El granito se formó millones de años antes de que nada soñara con dinosaurios. Su resistencia es proverbial. Es La Piedra por excelencia.
Unos primitivos humanos dibujaron un garabato en una roca. Cachondos y borrachos, casi seguro.
200 siglos después otros hombres la encontraron y la ignoraron entre miles, usadas para construir casas. Eran los tiempos del cerdito mayor.
Más tarde, romanos y germanos la reutilizaron, ecologistas como eran, en acueductos y letrinas. Respectivamente.
Durante mil años se la consideró sagrada reliquia, para bien y para mal. Y dio suerte. Y la quitó.
Los nobles caballeros medievales la incorporaron, con honores, en sus exhibiciones arquitectónicas. Y así llegó hasta nuestros días.
Ahora, el devenir, la hará estrella, y su leyenda se mostrará en museos, libros y canciones.
Estrella fugaz en la verdadera historia mineral. Un instante. Un momento en el que, tal vez en sueños, el granito se gustó a sí mismo.
¿El mensaje?
Plátano, no es.