Testimonio
¿Yo me conozco? Sí, soy fulanito que vive en tal sitio. Pero, ¿me conozco de verdad? Sí, soy tranquilo, o nervioso, racional, o irreflexivo… lo que sea. Pero, ¿me conozco de verdad, de verdad? No, aquí no se conoce nadie, dentro de cada uno de nosotros está instalado un depredador peligroso que si se lo propone puede acabar con la humanidad o con la parte que pueda, y eso ninguno cree que lo es o, al menos, no se lo reconoce a sí mismo.
Ampliemos la explicación: nos conocemos en la medida en que nos conocemos, o sea, sigamos ampliando, en la medida del ambiente y las circunstancias en las que la vida, la sociedad y el tiempo que nos ha tocado nos ha hecho así. Pero si ese ambiente y esas circunstancias cambiaran aflorarían otras formas de ser que están ahí, aletargadas, eso lo sabemos, ahí dentro de nuestra mente, como gusanos en espera de un diluvio que ponga en marcha un destino que no podemos vislumbrar. Campesinos que se vuelven mariscales, mariscales convertidos en conserjes, conserjes metamorfoseados en alcahuetas espléndidas cuyo fin nadie lo hubiera sospechado. Detrás de las frentes de estos individuos se pueden ver las venas llenas de pus, pus amarillento que nadie que se conociera verdaderamente se atrevería a enseñar sin el asco debido.
Hay cosas que se saben, como, por ejemplo, que a la violencia pura solo la detiene el agotamiento. Aquí tenemos un dato cierto. Por muy malo que seamos nuestra maldad se toma un descanso cuando nosotros estamos cansados de ser malos y no podemos más. Nuestra maldad es finita porque su límite es nuestra fuerza. Pero, aunque este dato sea cierto, no nos dice cómo somos nosotros, aunque sí que nos dice que, seamos como seamos, tenemos límites que no podemos sobrepasar y que vienen dados por nuestra naturaleza.
El buen sexo no necesita compromisos, es otro de los datos que se han demostrado y que la mayoría puede suscribir sin temor a equivocarse. ¿La mayoría?, no, ahí vas equivocado. Hay gente que para iniciar cualquier acción necesita una serie de conjuros, formalidades, confirmaciones o como quieras llamarlo, que cuando se ponen a ello ya ha pasado la hora, oiga, espéreme, que ahora llego, que no, que no, que ya me he ido.
El caos lleva a la disolución y el orden a la constitución, son también datos que pueden ser verdaderos y que si los cultivamos con acierto pueden ayudarnos en este asunto del conocimiento de uno mismo. Dentro del caos no podemos conocernos, hay mucha cosa de por medio, tumulto, confusión, desgobierno, así no, así no puedes conocerte ni conocer a los demás, ahora aquí, ahora allá, es un no parar, la mente no está hecha para eso, qué dolor, dios mío, qué desbarajuste, por favor, deseos imposibles, esperanzas vanas, y ahora para complicar más todo están los que son conscientes de sus contradicciones y así se quedan satisfechos, haz lo que digo y no lo que hago, te dicen.
Menos mal que nos queda el orden y la constitución que hemos dicho. Dentro de estos elementos no es que podamos conocernos, pero al menos podemos adivinar por dónde vamos a salir y qué vamos a hacer, ¿son las doce?, es la hora del vermut.
Francisco Romaguas, notario en ejercicio