No hay poema sin mordaza

Isla Naufragio

 

Testimonio

En todo proceso creativo aparecen dos episodios castrantes que se diferencian sutilmente: la mordaza y la amputación. Es igual que seamos pintores, escultores, músicos o escritores; como yo estoy escribiendo este relato me voy a centrar en el acto de escribir.

La mordaza se produce cuando estamos escribiendo y nos censuramos mentalmente, y algo que hemos pensado no lo escribimos. Esta censura puede deberse a motivos religiosos, éticos, políticos o indeterminados, es igual. Ahora yo, por ejemplo, estoy pensando escribir algo fuerte, que llame la atención, pero como creo que no es el sitio adecuado no lo escribo y ustedes y yo nos quedamos sin saber qué sería eso, porque aunque lo he pensado no lo he verbalizado y se queda dentro de mi cerebro sólo como intención, sin llegar a ser acción. ¿Qué podría haber escrito? No lo sabemos, ha sido censurado.

La amputación se realiza cuando, una vez escrito, cortamos palabras o frases que consideramos que sobran o que son inadecuadas. Pero aquí me surge la primera duda, ¿podemos hablar de amputar en la fase de creación?, ¿podemos amputar lo que no ha sido totalmente creado?

Cuando vamos creando, la mordaza y la amputación se van sucediendo de forma constante y estos actos castradores nos sirven para realizar la obra. Un libro, en este caso este relato, es un organismo vivo que puede crecer, puede perpetuarse, puede desgraciarse y puede desaparecer. Y también puede ser amordazado y amputado. Y aunque las palabras amordazar y amputar tienen connotaciones negativas, en el acto de crear no es así y pueden resultar necesarias para llegar al fin deseado.

Un libro existe en dos universos paralelos, el del escritor y el del lector, y un mismo libro en sus dos universos tendrá una vida muy distinta. Si analizamos el universo del lector vemos que un libro crece cuando lo vamos interiorizando y lo vamos haciendo nuestro. Para que este crecimiento pueda producirse, el libro (en este caso el relato), (si no has llegado hasta aquí podemos hablar de desgracia sobrevenida y ya explicaremos qué es eso), tiene que tener cinco cualidades importantes y una complementaria. Es muy difícil que se den en un mismo libro todas estas cualidades pero cuantas más se den hará que el libro se desarrolle con más fuerza y vigor.

La primera cualidad es entretener. El lenguaje tiene que ser ameno y amena la aventura que estamos relatando. Y digo aventura siendo consciente de lo que significa esta palabra: suceso extraño o poco frecuente, emocionante o peligroso. No peligroso en el sentido de peligro físico, pero casi. Todo libro debe abrirse ante nosotros como un abismo perturbador y es esta perturbación la que afectará a nuestro ser y a nuestra conciencia.

La segunda cualidad que tiene que tener un libro es enseñar. Si además de entretener nos enseña cosas que no sabíamos, el resultado es más apetecible. Datos, paisajes, costumbres, técnicas… que explicados dentro de la aventura adquieren significados que no olvidaremos fácilmente.

La tercera cualidad es sorprender. Llega un momento del relato en que todo se vuelve predecible y el autor tiene que darle un giro para que vuelva a ser la aventura que estamos preconizando. Para que la sorpresa sea más imaginativa incluso el mismo autor tiene que ser también sorprendido.

La cuarta es golpear. Lo que estamos contando ha de golpear al lector y hacerle ver cosas que hasta ese momento no había visto. Ha de hacerle abrir los ojos. Volver a mirar desde otra perspectiva. Empezar a sacar conclusiones distintas. Cuestionar lo que hasta ahora nos habían dicho.

La quinta cualidad es activar. Una vez que asumes lo que lees, hay libros que te impelen a pasar a la acción. Lo que has leído ha impactado de tal forma en tu cerebro que te lleva, casi te obliga, a que tú también seas protagonista y pongas en acción todas las ideas que ahora combustionan en tu mente.

La sexta cualidad a que nos estamos refiriendo, la complementaria, afecta a las cinco anteriores y es deleitar. Deleitar es encantar, seducir, maravillar, placer del ánimo y de los sentidos. Con el deleite hacemos que las cinco cualidades anteriores sean más dichosas y afortunadas. Este deleite viene producido por el uso del idioma, por las palabras elegidas, por la forma de contar…

Como ya hemos dicho generalmente no se dan todas las cualidades en un mismo libro, es más, hay pocos libros que las contengan todas y este relato no puede ser una excepción, pero hay que procurar que tenga las máximas cualidades posibles porque la alternativa es desgraciarse y, finalmente, desaparecer.

La desgracia puede ser de origen o sobrevenida. La desgracia de origen se produce cuando sólo leyendo la sinopsis del libro ves que no te interesa. El tema, el título, el autor, el género, así de entrada no nos seduce. ¿Otro libro sobre la Segunda Guerra Mundial? ¿Otro libro de Menganito? Ese libro, para nosotros, está desgraciado en origen y ni siquiera lo vamos a empezar.

La desgracia sobrevenida llega cuando lo empiezas a leer y en un momento determinado, que varía de un lector a otro (hay lectores que se ponen como tope 50 páginas), ves que no te interesa y dejas de leerlo. Ni entretuvo, ni enseñó, ni sorprendió. Ya está. No fue posible la aventura.

Un libro es como un árbol frutal en sazón, si no ves frutos es que no hay. Tendrá ramas y hojas pero eso no se come. Y siguiendo con las analogías gastronómicas hay libros que son como el tofu, que tiene muchas proteínas pero es incomible para quien no aprecie la alimentación vegetariana y no sepa cómo prepararlo.

Ahora voy por la mitad de este relato y no voy a seguir hablando de libros, aunque lo siga haciendo, porque la misión de este relato no es hablar de libros sino hacer este relato. Y aunque la aventura que me he propuesto es terminarlo no puedo dejar otras aventuras. Como, por ejemplo, recordar lo que dice Henry Miller en Trópico de Capricornio: “El evangelio del trabajo es la doctrina de la inercia”. ¿Qué nos quiere decir Miller? En este momento no importa, ya sabemos que él hablaba de otra cosa dentro de su universo. A nosotros esta frase nos sirve para afirmar que un libro está hecho de cualidades, sí, pero que estas no podrán aparecer si no hay trabajo. Y que el trabajo, cuando uno se pone a ello, tiene su propio movimiento, y adquiere una inercia que puede conservar este movimiento mientras no haya una fuerza que actuando sobre él logre cambiar ese estado. O sea, que seguiremos trabajando mientras las ideas sigan fluyendo y nadie nos moleste de forma imperiosa o sugerente. Hay muchas formas de distraerse y por eso creemos que usa Miller las palabras evangelio y doctrina, para revestir al trabajo del respeto por lo sagrado e impedir que se coarte de manera inconsecuente su normal desarrollo.

Los libros están hechos de palabras y todos deberíamos saber que el pecado se apropia del lenguaje para pecar, entendiendo por pecado la transgresión, la violación de la verdad aceptada por la sociedad. Las palabras opinan, hechizan, sugieren, dirigen, las palabras pueden cambiar el sentido de la historia y modificarla.

Así como hay caricias propias de amantes que tienen difícil explicación racional pasa lo mismo con el significado de las palabras. Las palabras tienen facetas como el diamante, y por eso pueden tener varios significados, pero además están hechas de terciopelo y a ellas se adhieren distintas acepciones que dependen del momento, la ocasión, el contexto o el modo en que son pronunciadas. Con este material están hechos los libros, material esquivo, ambiguo y traidor.

Los críticos de cine nos dicen que las películas bonitas terminan bien y las películas buenas terminan mal. ¿Pasa lo mismo con los libros?, ¿lo bonito no puede ser bueno? En la vida nos guiamos por el brillo y el brillo de la angustia, el brillo de la tragedia y el brillo del amor no correspondido atraen con más fuerza que la descripción de una vida ordenada y feliz. Rabia y anhelo. Desesperación y furia. En un mundo así todo parece alimentar la traición y la mentira como una especie de revelación para nuestras vidas necesitadas de un riesgo controlado y a distancia.

Las ideas que no se traducen a palabras no existen para los demás. Y si existen es en forma de emociones que necesitan ser traducidas a palabras. Y cuando las hemos traducido a palabras, si estas no se fijan, si no se escriben, su existencia será temporal y sujeta a todo tipo de interpretaciones que desvirtuarán una vez más, su significado y su contenido.

Las ideas son bombas que al explotar invaden el mundo con su presencia. Y hay ideas que al explotar se convierten en más ideas. Por ejemplo, «la prisión del tiempo es esférica», dice Nabokov. ¿Qué es eso? ¿Qué quiere decir? En este momento tu mente está tratando de entenderlo y de darle forma. ¿Qué nos sugiere?, ¿qué nos provoca? Hay quienes capturan el rayo y son conscientes de su incapacidad de manejarlo y no tienen interés, ¿secretos?, ¿para qué?; y hay otros que subidos en él lo cabalgan sin saber cuál será su destino.

Como hemos dicho, todo relato tiene que ser imprevisible y ahora mismo no puedes saber cómo va a seguir y es posible que el autor tampoco lo sepa. No te preocupes, los creadores son auxiliados por algo que un escritor llamó “el ofrecimiento”, una ayuda que te ofrece el entorno, la gente, la televisión, el cine, las noticias… ¿oyes?, ahora mismo está sonando el altavoz de la iglesia del pueblo (estoy en un pequeño pueblo de la sierra) y anuncia algo. No sé lo que anuncia, es igual. Es un bando que puede escucharse en todo el pueblo. Los bandos empiezan con una musiquita conocida que te pone en atención, después el anuncio, vuelve la musiquita y otra vez, el anuncio. El bando me está diciendo que el acto de comunicar es importante. Y que para comunicar tienes que usar altavoces que lleven más allá tus palabras para que otros puedan conocerlas. Con las palabras llevas algo más. Hay quien gusta de la ambrosía porque aprecia en ella el aroma de los dioses. Es eso. Dioses y poderes sin fin que harán conmocionar tu alma y la de quienes te escuchen o te lean.

Antes hemos hablado del “ofrecimiento” pero tendríamos que explicar algo más para poder recoger su cosecha generosa. Tienes que ponerte en alerta, no en tensión; en alerta, despierto, absorbiendo todo lo que llegue a tus sentidos. Escucha atentamente. Mira con atención. En cualquier pesebre está escondido el diamante. Sal a caminar. Camina y lleva dentro de tu mente lo que estás escribiendo y verás cómo van a asaltarte amigablemente otras ideas, sugerencias, nuevos caminos para explorar que irán complementando tu relato, o sea, este que estás leyendo. Y no desprecies nada. El hombre se inclina ante la pureza, la belleza y la verdad, es cierto, pero eso es sólo una parte del inmenso granero que es el mundo. Hay que defender la inteligencia y el sentido común pero hay que hacerse bárbaros para poder seguir adelante.

Ya hemos acabado con la mordaza y ahora vienen las amputaciones finales. Leer y releer. Y hay sangre. Y gritos y lamentos. Armado de un cuchillo carnicero, sanguinolento, tienes que ir limpiando, puliendo el relato para que pueda ser leído a tu medida. Pero con mesura, con pericia, con astucia. Tú ya sabes que es el lector quien acabará tu relato. No lo acabes tú. Deja puertas abiertas, la ambigüedad necesaria, no lo expliques todo. El hombre práctico te dice que no descuartices nada que funcione bien por la curiosidad de saber cómo funciona, pero el hombre sabio te habla de la necesidad de saber su funcionamiento. Un relato no es un artefacto pero ha de funcionar. Su función es la emoción. Hay que combinar la piedad con el veneno conociendo sus efectos.

Hay dos aventuras al escribir un libro, terminar el libro como historia y terminar el libro como objeto. Y las dos aventuras van unidas de tal forma que no hay la una sin la otra. “La ola que rompe, la espuma que brota”.

Francisco Hache, amputador