Naufragios

Repertorio personal para gótikos




Durante dos semanas, la deshidratación, el hambre y la locura caníbal fueron acabando con los ciento setenta pasajeros del desastroso maderamen de la balsa de la fragata Medusa, unido con cuerdas que se iban rompiendo sin remedio. Además, la violencia de los militares armados, con el primer oficial Lhéreux a la cabeza, prevaleció contra la indefensión del resto de los náufragos, que fue diezmado y arrojado al agua a medida que enfermaba o perdía sus fuerzas. La furia del mar barría los cuerpos, hubo feroces enfrentamientos, el hambre provocó episodios abyectos. La sed, saciada con orina puesta a enfriar en cacharros de metal y con el vino sucio del fondo de los barriles, hizo que algunos perdieran la razón.

Cuando no quedaban más que quince hombres, apareció como un pequeño fantasma en el horizonte, apenas una pincelada, la nave salvadora —o dicen malas lenguas que depredadora—: el bergantín Argus, que los había buscado infructuosamente hasta entonces y ya había renunciado a encontrarlos.

El formidable óleo que lo representó no fue un encargo. Géricault lo realizó tres años después de los hechos por propia iniciativa como fatto di cronaca escandaloso, para adquirir fama en su carrera. Lo consiguió con creces. Causó admiración y escándalo por su atrevimiento artístico y político, porque removía problemas de incompetencia y amiguismo en un momento de agitación social tras la restauración de los Borbones. El cuadro se hizo famoso, pero nadie quiso dar un franco por él. Fue adquirido por el Museo del Louvre, donde la gente se espanta sin saber por qué. La obra se viene encima del espectador con el detalle siniestro de su precaria y andrajosa vela a la izquierda, que el viento parece arrastrar lejos de la salvación. Los grupos de los náufragos provienen del arte barroco religioso. Los colores son tenebrosos, más de tierra que de mar, pero ardientes y vivos para mayor asombro del que mira. Distribuido con diabólica sabiduría por el joven genio, el claroscuro contribuye al movimiento en pirámide de la composición. Algún día las sucias aguas se saldrán del marco y barrerán las galerías, llevándose por delante lo real y lo imaginario.

Géricault entrevistó a dos de los supervivientes y cronistas notables para que le informaran sobre detalles del horror: el ingeniero y cartógrafo Alexandre Corréard y el cirujano Jean-Baptiste-Henri Savigny, y visitó morgues y hospitales en busca de cadáveres en distintas fases de descomposición. En la película de Agustí Villaronga El vientre del mar (2022), el cuadro colosal ocupa un plano, a modo de inserto, seguido por otros que representan restos humanos y cabezas guillotinadas, que aluden a los apestosos restos que el pintor enfebrecido guardó demasiado tiempo en el taller y le servían como modelos de su angustia.

La película de Agustí Villaronga acaba en el momento climático de la esperanza, cuando los náufragos ven a lo lejos el bergantín Argus, representado también en el cuadro de Géricault, que fue incluido por el cineasta en su film con un detalle horrible y genial de puesta en escena: desde la balsa no se ve el mar enfrente con el barco salvador en el horizonte, sino una pared con arcos del decorado. Nuevo horror: no hay salida. Apenas un par de planos montados por el artista dan cuenta de su inmenso talento.

Dos náufragos han sido interrogados. Grabados antiguos del naufragio y el conocido esquema de la balsa dan paso a una heterogénea secuencia de montaje sobre el salvamento de infortunados balseros actuales. Comienza con una voz angustiada de mujer pidiendo auxilio por radio. El salvamento se pone en marcha, hay tremendas imágenes del abordaje del barco de rescate por la muchedumbre de náufragos en pánico que se empujan y gritan. Abundancia de cadáveres bellísimos se balancean en el vientre de nuestro mar océano. Una balsa neumática vacía flota solitaria meciéndose en el agua. Varias fotografías patéticas de rostros masculinos africanos en primer plano nos miran con terror. Fueron reales, al menos un instante, ante la cámara. 

Al final, como un jeroglífico, la imagen fragmentaria y enigmática de unas manos morenas que se mueven suavemente sobre el mar con un gesto indolente de aplauso. Una vez más la belleza, con toda su impotencia, acompaña al horror.


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