Testimonio didáctico
Es maravilla, cosa sagrada, esa seguridad, esa certeza… que una mujer te mire a los ojos, sin dudarlo, con gusto probado, y te diga ¡tú eres para mí! Y tú ¿qué dices? Nunca te pasó. Y ella, viendo tu gesto serio: no te preocupes. Y te alarga su mano y coge la tuya que aún tiembla por lo insólito del momento.
Y no hay error. Ni duda ni incerteza. Ella te ha bendecido. Ella te ha elegido porque tiene valor y confianza en ella misma para hacerlo. Y tiene belleza y un cuerpo que afirma su gloria. Y también esa sonrisa que la hace reina para poder elegir y decidir tu vida.
Aún estás callado y ella ya te dice, vamos, siempre te esperé. Y eso es razón, argumento suficiente para no negarte. Y es que es igual. No necesitas razones, ni citas, ni desvelos, ella sentenció, ya eres suyo. Ni hubo negativa por tu parte ni así pensaste. Y en tu interior una inquietud, una cosa extraña, un llenarte de sangre acalorada, un preámbulo de gloria contenida, un saberte elegido por ella y para siempre.
¿Qué hacer? No hagas nada. Así quietecito estás más mono. No rompas el hechizo. Asiente y cumple lo que ella te demande. Ahora empieza su reinado en el que tú eres pieza cobrada, príncipe consorte, ídolo carnal venerado y aplaudido. Y eres también caramelo en boca golosa, tarta para hambrienta de emociones, vino, néctar, bebida jugosa y sazonada, ah, ah, ñam, ñam, glu, glu, glu.
¿Que qué has de hacer? ¿Otra vez? Déjate llevar, no verbalices, no busques razones que no existen, en este caso no hay razones razonadas, sólo esta cárcel consentida, este delirio no buscado que todo hombre espera con ansia y con deseo.
Si dijo Marsé que las bragas son de oro, yo digo que los calzoncillos son de plata. Algunas de oro y diamantes y otros de plata bruñida. Todos materiales nobles pero no de la misma calidad y excelencia. La plata se rinde ante el oro y proclama su magnificencia.
Lo sagrado es siempre remoto, pero, mira, ¿ves?, ella te ha elegido y estás aquí, a su lado, tan cerca que puedes ver cada poro que transpira, sus ojos, sus pestañas, cada leve movimiento de sus cejas unido al de su boca que vuelve a sonreírte.
Los corazones laten, como norma, cada uno dentro de su cuerpo a su distinto ritmo, a su cadencia, pero ahora, en este momento, no es así, tu corazón y el suyo se han acoplado y están latiendo al mismo compás, toc, toc, o tac, tac, ahora no distingues esas cosas. Ahora sólo ves lo real, lo auténtico, lo verdadero, pero, no te engaño, también efímero y con la fecha de caducidad marcada porque la vida misma es tránsito y, además, mujeres así no se han hecho para hombres como tú.
Francisco Betancurt, asesor de relaciones infrecuentes