Testimonio
La Razón ha perdido la batalla, la guerra y el futuro; y no contra Dios – que, si así fuera, mira, es Dios-, la ha perdido contra el fanatismo, el esoterismo, la tribu y la sinrazón.
¿Qué ha pasado? ¿Una dictadura atroz? ¿Un terremoto galopante? ¿Un huracán inusitado? ¿Una locura colectiva? ¿Un acabose? ¿Una vuelta a la prehistoria? No, no, nada de eso, la democracia gobierna en muchos países, el progreso técnico es imparable y la Tierra, sigue, de momento, girando en el universo.
¿Entonces? ¿Qué pasó con el racionalismo, con la ciencia, con la lógica, con el sentido común? Nada, nada, todo eso sigue ahí, sobreviviendo, también de momento, en pequeños islotes cercados por la fuerza infinita de la incuria y la barbarie.
El racionalismo es del siglo XVII y estamos en el siglo XXI. Cuatro siglos. Y si tenemos en cuenta que Platón, ¡oh el gran Platón!, ya era racionalista, el alcance de esta lucha se remonta siglos y siglos en la historia sin haber podido convencer como era su obligación y su destino.
Y eso que el racionalismo es muy sencillo, se basa en el uso de la Razón. Nada más. Y no necesita de la fe, ni de los sentimientos ni de la autoridad. La Razón está por encima. La Razón por sí misma nos permite identificar, deducir y resolver. Y eso es muy útil y sirve para todo. Y sin embargo gente honesta y de probada moralidad lo pone en duda y apela con éxito a fuerzas ocultas y conocimientos indemostrables. Y no se dan cuenta de que acatando el dogma están atacando su propio raciocinio.
Los filósofos nos dicen que para vivir la mejor vida tiene que haber algo ideal y muchas cosas prácticas. La Razón ya lo sabe y en su seno conviven en armonía el alma y la materia sin aparente contradicción, que en todo caso se resolvería con el uso de la Razón misma.
La Razón sabe sus límites y sabe su momento. Hasta aquí, se dice, llego, y más allá lo ignoro. Y no inventa cuentos ni religiones ni leyendas para ocultar sus limitaciones ni su ignorancia. A lo largo de estos siglos ha ido conformando el mundo para que sea menos hostil y sin embargo no puede, no puede más, no da más de sí y está perdiendo la guerra de la humanidad.
Tu cuerpo, azabache y menta, me está esperando en la habitación de al lado y yo aquí perdiendo el tiempo con la Razón y sus consecuencias. “Pero qué furia animal/ la que pones en tus besos…” me estás cantando. Ahora voy. Voy, voy. Ya.
Félix Acevedo, filósofo salsero