La princesa casadera

Sin astrolabio, brújula ni sextante

La historia que pasa por ser verdadera puede leerse en los libros que se guardan en las buenas bibliotecas. La historia oficial dice que la Princesa prometió matrimonio al hombre que permaneciera un año al pie de los muros del Castillo, sin otro vestido que su propia piel, sin más alimento que las hierbas de alrededor y sin otra bebida que el rocío de la mañana. La Princesa era tan bella, y el padre de la Princesa, S. M. el Rey, era tan poderoso y tan rico, que una muchedumbre de jóvenes casaderos cercó el Castillo con el propósito de vencer y tomar posesión de lo prometido. Los nobles y los grandes propietarios, los comerciantes y los artesanos abandonaron pronto la aventura. Llevaban una vida regalada, y, aunque estaban enamorados de la Princesa y apetecían vivamente los tesoros del Rey, concluyeron que el precio que se les exigía era excesivo o superaba sus fuerzas. Así, pues, ya fuera por una causa o por otra, ocurrió que todos los pretendientes, menos uno, abandonaron la contienda. Perseveró un pobre hortelano que convivía con los cerdos, a cuyos hábitos y costumbres se había adaptado, al punto que gruñía y hozaba el estiércol como si fuera uno de ellos.  

La historia que se lee en los libros, y estos tienen como verdadera, dice que el lugareño abandonó el campo transcurridos trescientos sesenta y cuatro noches y parte del siguiente día, y cuando no había competidor que le disputara el premio. Pero a nosotros no nos interesa la historia bella, la oficial, la historia que es tenida y se guarda celosamente como auténtica, la que contiene un sabio mensaje para el lector. A nosotros nos interesa lo que ocurrió cierta y verdaderamente, lo real.

Y lo cierto es que, cuando la Princesa contempló su futuro junto al gañán, que gruñía y hozaba como los cerdos, maldijo a los nobles y a los hijos de los nobles, porque demostraron ser débiles, faltos del empeño y del valor y de la nobleza que cabe esperar de ellos. La Princesa se arrepintió de la palabra dada, que comprometía a su padre S. M. el Rey y a ella misma, llorando amargamente en brazos de su madre, la Reina. Esta tranquilizó a su hija. Tomó las riendas del asunto, como hacía cada vez que en el reino amenazaba una tormenta, y lo resolvió liberando al Rey y a la Princesa de su grave compromiso. Mantuvo una conversación de alto secreto con el jefe de la Guardia Real. Ordenó a este que hiciera desaparecer, pero muy discretamente, al último y único de los pretendientes que quedaba en el campo.

Así lo hizo el jefe de la Guardia, sin encomendar la misión a otro: la ejecutó él mismo, personalmente, sin auxilio de tercero. Nadie conoce, pues, el cuándo y el cómo, ni se tiene ninguna noticia del hortelano ni de sus restos. Solo se sabe que desapareció misteriosamente el último día del plazo a la caída de la tarde. Al día siguiente de la misteriosa desaparición, el jefe de la Guardia Real fue detenido, lo torturaron y arrancaron la lengua en los sótanos del castillo y fue acusado, y ejecutado aquel mismo día, antes de que se pusiera el sol, por el delito de alta traición contra el Rey. La Princesa tuvo la suerte de casarse al poco tiempo con un tío suyo que le doblaba la edad y vivía en un condado del otro extremo del reino, pero que era inmensamente rico, no frecuentaba la compañía de los cerdos y se hacía tirabuzones en el pelo.


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