Voy a decir tres historias verosímiles. El primer cuento refiere la queja de un soldado, quien, por haber servido en Cuba, sienta ante la concurrencia que a él le gusta con mucha verdad el chocolate, pero siendo chocolate puro, y no con las porquerías y guarrerías de cacao, azúcar y canela que le añaden en la península.
El segundo tiene por escenario el vagón de un tren-correo con destino a Madrid. Fue el caso que, presentándose los pasajeros, el más pobre, cochambroso y deslucido de ellos dijo ser natural de Santiponce. Añadió que, en Madrid, adonde iba a arreglar unos papeles, le esperaba un sobrino que servía en aviación, y conocía la capital al dedillo. Se supo luego que era natural de Sevilla, y los contertulios preguntaron por qué no lo dijo al principio. Respondió él que lo había omitido por no darse importancia, por no agraviarles y por no hacerles de menos.
El tercer cuento refiere lo ocurrido en el ateneo o cosa parecida de la ciudad de Sevilla. El hecho es que se armó trifulca en la sala de lectura porque la prensa publicaba una severa diatriba contra el baile en Semana Santa. En esto llegó un estudiante de leyes, examinó el texto y sacando un lápiz anotó al margen: “El autor de la firma es cojo”. Hechas las averiguaciones, se supo que en efecto lo era; aunque muchos cojos llevan el ritmo con más acierto, gracia y salero que otros.