La cruz de cristal

Pneumas


Bruja, cruz de cristal,
dicen que empezamos
a desvariar por quintas
cuando escuchan las voces
anacrónicas y sincréticas
que despide nuestra
masa craneal apresada.

Pero no se dan cuenta
de que empezamos a ganar
y a poder llevar
nuestros desconciertos
por entre los esperanzadores
arbustos del prado alucinado.

Todas las cosas vibrantes
y todos los hechos estáticos
pueden lanzarse
con perversión o por deber,
por un deber ecléctico y pasmoso
que nos marcaron a fuego
en las gónadas del espíritu
rarificado y maligno.

Golpes estrambóticos
de turbadoras efervescencias
que enrarecen, en suma,
la suma escatológica.

Por fin estamos,
por tanto, en una forma que,
por consiguiente, nos lleva,
por dios, a un estado
pordiosero e inútil
porque nos sometemos al
portador de
portentos.

Así, no somos más que muertos
que levantan sus ojos
para escuchar el relato magnífico
de los momentos lívidos
de la agonía calenturienta
que gotea desde
las rocas ajadas y blandas
de la dulce y cualificada
noche esperpéntica.

Pórticos apagados
y luces cerradas
¡nada más que eso!

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Ilustración de Fritz Kahn 


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