Chasqueó la lengua con pastosa displicencia y, de inmediato, le acoplaron un mullido asiento dorado a sus posaderas regias y colgajosas.
Giró su mirada indiferente y turbia y todos volvieron sus cabezas sin rostro en la dirección vacía por él supuestamente indicada.
Alzó sus manos rugosas, melifluas y suaves y un patético entusiasmo fingido inundó el pecho sin latidos de todos los concurrentes.
Escupió a su izquierda con elegancia aprendida y hubo quien quiso recoger sus babas pastosas como eterna reliquia hedionda.
Movió torpe sus labios tartamudos para decirse y una cohorte de micrófonos sordos y oídos ausentes se aprestaron a escucharle.
Balbuceó con torpeza no disimulada palabras ininteligibles y el mundo dormido se entusiasmó con lo que no comprendía.
Insultó bofes, despreció sonrisas, robó futuros y abusó sarnoso de aquellos a los que había pronosticado proteger desde los principios.
Negoció sin rubores ni encarnamientos con sátrapas, proxenetas, traficantes y endiosados a espaldas (azotadas) de quienes le idolatraban.
Colocó sus cinco puntas enjoyadas sobre su cabeza inmune y se mostró altivo y orgulloso de su pretendida espontánea superioridad.
Meó su historia dibujada como un afluente de desprecios fecales procedentes del glorioso azulado río de sangre heredada.
Doblamos riñones agostados y sujetamos su real peso con la rémora de tener que pedir perdón porque, claro, es él y nadie más que su estirpe.