La importancia de un hilván

Verdades enajenadas


Las personas que vienen al mundo desprovistas de ese hilo invisible que las hilvana a esta vida que nos hemos inventado, se pasan la existencia siendo atrezzo. Objetos que decoran las obras que representan los otros. Los que están oficialmente vivos. Los que reciben los aplausos o los abucheos. Los que se vacían de sus personajes cuando cae el telón. Y abandonan el teatro sosteniendo, entre sus manos, el guión de su próximo personaje. Siempre actuantes; llenos de pensamientos superpuestos, de vida de anuncio y de hechos.

Esos deshilvanados de los que hablo, no son los frikis exiliados. Ajenos a lo que se cuenta en un telediario o en la panadería. Esos tienen sus obsesiones, sus vidas de otaku o de emo. Hilos con los que enhebrar su irrealidad. Tampoco me refiero a los enfermos mentales. A veces cuerpos extraños padecientes en la oscuridad, a veces platillos volantes trasvolando el destello que los guía sobre una psicodélica Vía Láctea. Mis descosidos son todos esos que parecen personas normales. Trabajan, visten, comen, conducen. Algunos hasta escriben y tienen hijos y visitan a sus padres. Pero están muertos.

Cada mañana, apagan el despertador con su mano inerte. Despiertan a sus hijos y no son padres, sino ánimas. Los llevan al instituto y se van a la oficina con ese rigor mortis de los que tienen la fascia seca. Vuelven a casa. La comida. El perro. La lavadora. Los deberes. La ducha. La cama. Pero todo eso no era la casa, sino el limbo. A esos nadie los nota. Nadie los ve. Son atrezzo. Lámparas. Mesas. Sillas. Qué más da. 

El atrezzo siempre es útil y eso es lo que importa. Nadie advierte que, desde sus vidas muertas, sueñan con la utilidad de lo inútil, con Walden. Nadie sospecha que esos fiambres se sentirían bien pespunteados al tejido de la vida si tan solo pudieran naturalizar el vivir, alimentando la mente y el espíritu en una cabaña junto a un lago. Pero ¿qué vivo oficial va a saber eso? ¿Es que acaso esos actores ruidosos se han atrevido a interpretar alguna vez el silencio? ¿Quién lee a Ordine o a Thoreau en estos tiempos?