La bruja Gregoria Camacho

Sin astrolabio, brújula ni sextante

 

En aquella llanura infinita hay velas cerca y lejos. Se adivinan siluetas yendo y viniendo entre la bruma. Son hombres y mujeres disfrazados de colores y provistos de máscaras en honor de los muertos. Hay quien asegura que los muertos se presentan y bailan ocultos entre los disfraces, y que desaparecen convertidos en humo si los llamas por su nombre ¿Quién te dijo que yo haya muerto? La tumba de la bruja Gregoria Camacho está en un rincón apartado del cementerio, lejos de los parvularios o angelorios, que es donde descansan los cuerpos de los niños que se llevaron las epidemias. Un familiar dejó el cadáver de Gregoria sobre la cancela herrumbrosa del cementerio. Parecía como si durmiera, sentada en el suelo y el hombro echado sobre los hierros. La encontró el enterrador muy de mañana. Cogió su carretilla y la metió dentro. Cavó una fosa bien honda y allí depositó el cuerpo de la Camacho, persignándose antes de cubrirlo con tierra. Sobre la tumba colocó una losa de mármol, donde aparecía la imagen de la Virgen de las Angustias, que amaneció quebrada en varios pedazos. Repitió la acción, ahora con el Cristo de la Divina Paciencia y volvió a amanecer hecho pedazos. Finalmente, colocó el mármol y sobre él una calavera y dos huesos cruzados, que cogió del depósito de restos sin dueño conocido, y allí están como el primer día. Los jueves el enterrador recoge temprano y se marcha a casa. Sabe que el jueves se abren portales con el otro mundo. Son días de cábala y ritual, en los que aparecen brujos y diablejos a practicar culto y hacer obras y maleficios sobre la tumba de Gregoria Camacho. El enterrador no quiere inmiscuirse en esos asuntos.

 


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