No es que odie el hip hop. Es que no soporto el pasodoble, aborrezco el tango, con el swing me colapso y la sardana se me atraganta. Mis delicados oídos se resienten, y a punto he estado, más de una vez, de que me revienten los tímpanos.
Por eso considero que lo que ocurre en mi gimnasio es de juzgado de guardia. Algún día la lío… Practico culturismo desde hace años, por lo que frecuento con la regularidad de un reloj austro-suizo (lo digo por Schwarzenegger) uno de de los 551 gimnasios de mi ciudad.
Mi descontento viene, precisamente, de la algarabía infernal que desprenden todas y cada una de sus salas, de la A a la Z. A decir verdad, podía buscar otro sitio, pero ni siquiera lo he intentado. Me alteran los cambios y me da una pereza tremenda. Total, donde quiera que vaya ¿podría librarme del estruendo de la zumba, el kick boxing, el bodybalance y un largo etcétera de clases chorras? ¿Dejaría de escuchar el ruido que acompaña a esas pseudoprácticas deportivas? Por lo que me han contado los colegas, no. Ni aquí ni en Pequín. Esa mancha bodrio-musical se extiende imparable. Parece que, para mi desesperación, nada ni nadie es capaz de detenerla.
Pero adonde yo iba, el colmo fue el otro día en el consultorio de mi otorrino, uno de los pocos lugares -a excepción de mi casa- donde me sentía fuera de peligro. Pero eso era antes. Ahora no, porque nada más llegar empezó el bombardeo con misiles aire-tierra. En cinco minutos estaba KO. Mi doctor, el muy irresponsable, había contratado el hilo musical para la sala de espera.
En confianza, su reacción fue absolutamente desproporcionada. Debe padecer alguno de esos TOC tan vergonzantes. No va y me suelta a voz en grito: “¡Fuera de mi consultorio, vigoréxico, neurótico fonófobo!”
Aunque no entendí del todo lo que quiso decirme, el tonillo no me gustó un pelo. ¡Si solo le había arrancado de cuajo los altavoces! Por cuatro desconchones en la pared… Nada que no pudiera arreglarle el seguro con una manita de pintura.
A pesar de todo el estrés que el histérico ese me ha provocado, no soy rencoroso, más bien hipersensible, por lo que la adrenalina generada podría afectar mi desarrollo muscular. ¡Vamos!, que a mi otorrino le deseo lo mejor, sobre todo algún colega protésico dental. ¡Y es que siempre he tenido un derechazo..!