Acalorados

El asombro del tritón

 

El verano en un jardín con piscina era otra cosa y Humberto lo sabía. Por eso la transparencia azul de sus aguas era un sueño de frescor con el que año tras año Humberto paliaba los rigores estivales. En esas estaba, tumbado en su hamaca favorita, momentos antes de que los hechos sucedieran. Era el día H y todavía no se había mimetizado del todo con el ambiente; sin embargo, su cuerpo ya estaba perlado de sudor. Fue entonces cuando unos nubarrones grises se instalaron en el cielo. Podría decirse que inopinadamente, puesto que se formó sobre él una cúpula borrascosa a la que Humberto no podía dar crédito. Y menos crédito dio cuando los truenos y relámpagos empezaron a estallar, y menos aún cuando la avalancha de lluvia se le vino encima. Tanto llovió a partir de ese momento que durante cuarenta días con sus cuarenta noches no cesó de caer agua. La piscina, el salón de casa y hasta la buhardilla con vistas panorámicas quedaron inundados. No hubo sosiego para Humberto hasta el cuadragésimo primer día, una vez que todo el suelo se hubo convertido en el fondo de una inmensa piscina. ¡Pero solo en el perímetro de su casa! Lo bueno fue que dejó de hacer tanto calor y que una caterva de chiquillos fue a visitarle, chapoteando entusiasmada en las aguas verdosas que ahora cubrían el espacio de su propiedad.

Así las cosas, todo había cambiado a su alrededor y ahora Humberto remaba sin rumbo en su bote naranja, incapaz de reconocer su hogar. Su horizonte ya no era una superficie cristalina y eso le provocaba un tumulto de sensaciones, y no de buen agüero. Mientras, a su alrededor, ajenos a cualquier pesadumbre, los críos saltaban sin parar de hacerse ahogadillas. El contraste era tan brutal que Humberto prefirió dejar la mente en blanco y seguir dándole fuerte al remo. Hasta que uno de los chicos le salpicó agua en la cara. Entonces Humberto notó un frescor imprevisto y pensó que no estaría mal bañarse. 

En la distancia, un observador externo anotó en su cuaderno de bitácora que el día H la meteorología había decidido equiparar las opciones de todos los seres acalorados de la Tierra.

 


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