Henry

Retales


Vive en el barrio viejo. Barcelona tiene eso, que en el barrio viejo cualquiera puede esconderse o mostrarse. De hecho, se llama Enrique, pero le llaman Henry. Cosas que pasan, ¿no es así?

La Rambla está por las mañanas llena de flores y por las noches de “paseantes” nocturnos e incluso taciturnos. Además, si uno se fija bien, se distingue entre las mujeres que deambulan aquellas que se dedican al oficio más viejo del mundo.

Henry es más de Bajada de la Llibreteria, Bajada de Santa Eulàlia, calle Fernando, plaza Sant Jaume…, callejuelas que dan a Sant Felip Neri y a ese entramado del otro lado de la Rambla: calle Hospital, calle del Carmen, Tallers …

Siempre lo encuentras en una esquina. No acabo de entender el porqué; con las gafas puestas, esas con la montura de pasta negra, casi cuadradas, donde relucen sus ojos, entre marrones y color avellana. Unos ojos que parece que rían, como si detrás de los cristales fueran aún más brillantes.

Le gusta lucir sombrero. No es apuesto, no os creáis. Aspecto pícnico, viste simple: camisa… ¿de cuadros o lisa?, pantalón de pata ancha, tejano o de tergal, de aquellos que la gente compra en la calle Hospital o en la bocacalle de Escudillers.

Con las manos siempre ocupadas con lo más inverosímil, un libro, un objeto, un poemario de Neruda. Saluda con un: Hola. ¿Cómo va, qué hacéis? A veces si tiene pasta o intuye que quien ha encontrado la tiene y le invitará, acepta tomar algo; un café con leche que quita el hambre.  De lo contrario suelta una perorata de lo atareado que está y, con la excusa de la prisa, se marcha. Nos vemos otro día, dice.

En verdad no trabaja, vive con su madre en una portería y de eso comen los dos. Saca adelante su economía con trapicheos de segunda mano: piezas de cristal de colores, que vete a saber de dónde saca, libros, chaquetas de cuero usadas de aspecto hippy… Siempre hay gente rara a la que le gustan estas cosas y aunque se paseen por esos barrios ni viven allí, ni son de allí. De eso se vale Henry. Él sabe bien a quién ofrecer sus mercancías.

De todos modos, nunca se le ha visto con camellos, ni con gente que consume, o compra y vende droga. Parece que esto no le va. Y aunque tiene un olor extraño, no huele a maría, ni a hachís…

No creo que pueda permitirse visitar el fumadero de opio, lo digo por el aroma que desprende. Pero por estos lares, nada es imposible. Y por supuesto que no acude al Barcelona de Noche, ni tan siquiera al Villarrosa. Henry aparenta ser feliz. ¿Lo es? ¿Eso importa? Va al Portalón y al Viejo París y con eso le basta. Allí encuentra con quien hablar y a quien considera sus amigos.


Más artículos de Babra Anna

Ver todos los artículos de