Extrañas formas de vida

El sapo omnisciente

 

I

El esplendor de la nube que se refleja en los charcos es el utópico cariz que está tomando mi soledad de sapo sabelotodo, y aunque no lo parezca, preferiría que en vez de nubes fuesen rascacielos. Siento enormes ganas de croar contra la estupidez humana. Por el momento me voy a contener, inflaré tan sólo la bolsa del gaznate. Me gusta hacer las cosas poquito a poco.

II

La naturaleza de las cosas es mi objeto de estudio. Experimento con el destello del sol en la charca: he descubierto que el origen de la luz se encuentra en los párpados. El pensamiento necesita posicionarse oblicuamente para no deslumbrarse. Sin párpados, para un sapo sería imposible pensar. Y menos reírse. Qué trágicamente se reflejan en los charcos las vidas de los seres. Cuando lloro no se nota. Todo el mundo me agradece que no se note.

III

Existen formas de vida que jamás se reflejan en los charcos. Lo sé porque soy omnisciente. No creo que sea recomendable enterarse de todo. Hay muchas cosas que desearía no saber, ni siquiera intuirlas vagamente. Pero no lo puedo evitar, cuando se presentan salto de la flor de piedra al agua y medito con burbujas. Cuando estas burbujas salen a la superficie y se rompen se convierten en palabras universales como “sustento”, “ultraje” o “eclipse”; esta última, no sé por qué, se deja oír siempre con más intensidad. Cuando vuelvo a salir ya han desaparecido. Se evaporan más rápido que el agua. Debería ser al revés. Todo iría mucho peor.

IV

A veces los niños juegan a tirarme piedras, incluso con tirachinas. Sus padres se alegran mucho de que sus crianzas sean tan sumamente divertidos, pero yo tengo que mudarme de charca. No importa, siempre he tenido claro que un sapo ha de hacer lo que sea por el bien de la comunidad. Al fin y al cabo las nubes que descargan el agua en la que vivo se forman por la respiración de los humano, y por los suspiros, siempre están suspirando por algo, cuando lo hacen emiten un sonido ultrasónico que sólo escuchan los perros y yo. La profunda insatisfacción del ser humano es de origen desconocido. Tal vez provenga de su antiguo pasado anfibio. Un no saber donde quedarse quieto.