El cementerio donde reposan tu hogar, tu educación, tus nervios, tu herencia y tus tics.
Su desaparición apena; su permanencia duele.
Elizabeth Hardwick
Con prólogo de Antonio Muñoz Molina y traducción de Marta Alcaraz, el ejemplar de Noches insomnes se ubica en mi gabinete en el sector de notables de la literatura norteamericana. Es la tercera y última novela de Elizabeth Hardwick y se publicó en 1979, cuando tenía 63 años. Pero su prestigio como narradora venía precedido por su destacada presencia en el mundo del ensayo y de la crítica literaria. Cofundadora de The New York Review of Books, Hardwick gozaba de una excelente reputación en el mundo intelectual neoyorquino y obtuvo numerosos galardones. Murió a los 91 años, en 2007, 28 años después de publicar Noches insomnes.
Cabe decir que la obra no es una novela al uso. Es una narración fragmentaria y reflexiva sobre su vida. En el prólogo, Muñoz Molina apunta que leyendo el libro recordó el propósito de Pessoa al trabajar su Libro del desasosiego: escribir una “autobiografía sin hechos”. Y sí se narran algunos hechos, pero ubicados en una niebla que se asemeja mucho al transcurrir de los pensamientos y que no necesita concreción ni orden preciso. El lector debe dejarse llevar por el ritmo que la obra impone, disfrutando de la maestría de una escritora colosal que nos habla de los rastros del tiempo, de todo aquello que la vida acumula y que con la distancia podemos constatar sin emociones enconadas, con una tranquila tristeza y una amable sonrisa exculpatoria. Narrar con honestidad transparente las preguntas que hacemos a la vida y que sabemos que no tienen respuesta.
Elizabeth Hardwick soportó en su matrimonio la enfermedad mental, el alcoholismo y los desmanes del gran poeta Robert Lowell. Él murió de un infarto en 1977 mientras se dirigía en taxi a reconciliarse con ella por enésima vez. Dicen que inmediatamente después del suceso inició la redacción de Noches insomnes. Pero esto no deja de ser anecdótico. Prefiero leer sus descripciones del mundo del jazz neoyorquino de los años 50, saber que Hardwick conoció personalmente a Billie Holiday y leer la descripción que hace de su forma de vida y de sus enloquecidos apartamentos y compañías. Adentrarme en este libro (Vila-Matas dixit) “maravilloso, extraño, único, un género en sí mismo, y una de esas obras de arte que no paran de invitarnos a seguir escribiendo en la dimensión más pura, y hasta el fin de los siglos.” Amén.
Para exhumar el poema tomaré la edad de la autora cuando publicó Noches insomnes: 63 años. Y 6+3=9. De este modo, desde la página 15 (primera de la obra), me desplazaré de 9 en 9 páginas, tomando de cada una de ellas un verso para el poema. La última página exhumada será la 204, ya que la obra finaliza en la 211. He titulado el poema como Elizabeth Hardwick tituló su libro.
Noches insomnes
Saber que podemos recordar
una noche lamentable en el sofá
una luz dura y áspera
hacia un punto muerto.
El hotel era una especie de sotobosque,
empezaba a virar a negro,
mirándome en un espejo
una curiosa esperanza irónica
la esperanza resistente y perenne
de la falsificación.
Escucha, escucha, escucha
bajo las mantas
centelleando
los recuerdos, los antepasados,
como si el pasado fuera una especie de vinagre
cargado de conjeturas,
como manchas de humedad
en calcetines demasiado pequeños
sin espacio ni para respirar.
Bajo la lluvia
salvaje, milagrosa
noche que acaba de empezar.