El Libro de los Pasajes es una biblioteca del siglo diecinueve,
del siglo veinte y del siglo veintiuno.
Francisco Serra
La obra póstuma de Walter Benjamin (recordemos que se suicidó en Portbou en 1940 atenazado por el temor a ser entregado a la Gestapo), ha hallado acomodo en mi gabinete al lado de los escritos de Marcel Duchamp. Creo que se llevan bien y su contundencia volumétrica les otorga una simetría que quiero creer coherente. La edición (primera de su única versión castellana) cuenta con la traducción de Isidro Herrera Baquero, Luis Fernández Castañeda y Fernando Guerrero. Incluye también textos del editor (introducción, notas e informe). Y contiene además textos complementarios. Todo ello conforma un volumen de más de mil páginas impresas con una tipografía que, sin duda, podría haber sido de mayor tamaño.
El Libro de los Pasajes contiene las notas e incontables citas que Benjamin fue coleccionando entre 1927 y 1940 para crear una filosofía material de la historia del siglo XIX centrada en la ciudad de París. Trece años acumulando porciones de libros, artículos periodísticos y todo tipo de textos y testimonios. De hecho, la profusión de fragmentos nos recuerda a aquellos antiguos pasajes de París que muestran en sus escaparates las más variadas mercancías, como si nos halláramos ante un gabinete de curiosidades gigantesco cuyo epicentro es la historia social de París y, por extensión, del mundo occidental que, como aventura el autor, progresivamente se ha plegado de forma dramática al capitalismo más salvaje.
Debo confesar que no he leído el libro en su totalidad. En mi descargo citaré a Kenneth Goldsmith, que en su Escritura no creativa (2015) se refiere a la obra que nos ocupa como “una inmensa obra protohipertextual” que “anticipa la manera en que hemos aprendido a utilizar Internet”. Igual que no se nos ocurre leer linealmente en la red de redes, el Libro de los Pasajes se asemeja a una enloquecida interacción de links. Cada vez que abro sus páginas es como acudir a un oráculo del que siempre se aprende. Un libro que te llevarías a una isla desierta si estas existieran, ya que en la actualidad lo más probable sería encontrarse en la arena a algún imbécil haciéndose selfies con un coco.
Lamento no poder ser más extenso en la explicación de la obra, pero no hay que luchar contra los imposibles. Simplemente recomiendo dejarse seducir por un inmenso baúl que, como el de Pessoa, contiene infinitas sorpresas, reflexiones agudísimas y placeres por doquier.
Para exhumar el poema de la obra, utilizo la suma de los dígitos del año de inicio y del truncado final de su escritura, esto es: 1+9+2+7+1+9+4+0=33. Así, desde la página 37 (inicio de la obra en sí) hasta su final, saltaré de 33 en 33 páginas (hasta la 862) y de cada una de ellas tomaré un verso del poema:
Pasajes
Los pasajes de París:
poema del escaparate
que juega a ser cocotte,
paraíso prometido,
pura ciudad.
Las sutilezas
el hachís
extraños colores:
un mundo nuevo
—sueño parisino
la bahía—.
Frases lanzadas por
el flanêur y el mirón
frotándose los ojos,
adoran
l’artiste et l’amateur.
Han erigido aquí
la bohemia laxa
de la comedia humana.
Por medio de las farolas
un movimiento cualquiera
del cuerpo
protesta contra
los pilares del puente de Louvre.
Las estaciones son bellas,
pasajes.